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Picasso: «El toro soy yo»

Picasso: «El toro soy yo»

Parte de la fuerza atávica de su obra surge de la Tauromaquia: investigó la tradición (de Creta a Goya), y fue gran aficionado y amigo de toreros.


Para expresar la identificación con su personaje y su orgullo como creador, Flaubert acuña una frase llamativa: «Madame Bovary soy yo». En una línea semejante, Picasso define, tajante: «El toro soy yo».


No debe extrañarnos. Al final de su vida, en Francia, siente lo mismo que Goya: la Tauromaquia es su vínculo con la España auténtica, profunda (más allá de Franco o de Fernando VII). La pasión por el toro -ese animal sagrado, tan hermoso; ese símbolo plural- va unida a toda su vida, desde su infancia malagueña hasta su muerte, en el exilio. Por eso, lo convierte en tema central de su obra: dibujos, grabados, óleos, esculturas, cerámicas... El toro bravo es su permanente compañero.


Vida de aficionado.

El niño Pablo Picasso iba a los toros, con su padre, en Málaga y en La Coruña. El primer torero que recuerda haber visto es Cara-Ancha, el mismo al que evoca Antonio Machado: «Este hombre del casino provinciano / que vió a Carancha recibir un día...» Para llevarle a la Plaza, su tío exigía que el niño Pablo hubiera comulgado. Años después, comenta el pintor: «¡Veinte veces hubiera ido a comulgar, para ir a los toros!»


En su primera obra conocida, retrata a un picador. (Siempre proclamará que eso es lo que él hubiera querido ser). Es el mismo tema de su primer aguafuerte, que titula «El Zurdo». Dice la tradición que tuvo que ponerle ese título porque no había calculado la inversión de la plancha... Lo primero que vende, ya en París, por cien francos, son tres escenas taurinas.


Presencia espectáculos taurinos en Céret (había invitado a Gertrude Stein), en Figueras, en Fréjus, en Barcelona. Le escribe a Apollinaire: «Iré el domingo a los toros con Picabia». Después de la guerra, en Arles, Nimes, Vallauris, Céret; con Michel Leiris, Cocteau. Bernard Buffet... Para celebrar su 80 cumpleaños, Luis Miguel le organiza una corrida, en Vallauris, en la que torean él y Domingo Ortega.


El tema taurino está presente en toda su obra: las naturalezas muertas cubistas; el gran telón para «El sombrero de tres picos»; las ilustraciones de la «Tauromaquia» de Pepe-Hillo y las «Metamorfosis» de Ovidio; la «Suite Vollard»; la revista «Minotauro»; el «Guernica»; las esculturas y cerámicas... Escribe, en 1940: «Hoy, 18 de agosto, si el tiempo lo permite, habrá corrida en la Plaza de Cartagena». Y lo repite nada menos que catorce veces...


Los símbolos.

Picasso -igual que Lorca- es como una esponja: toma de todas partes lo que le conviene para su creación. Utiliza multitud de fuentes, tanto formales como ideológicas, para crear símbolos taurinos de enorme potencia. Una veintena de dibujos, del año 1959, se inspiran en un curioso exvoto del Cristo de Torrijos, reproducido por Cossío: Jesucristo desclava de la Cruz su brazo derecho para hacer el quite, con un capote, a un picador, caído en la arena. ¿Cabe un Cristo más torero?


Para sus símbolos taurinos, Picasso conoce y utiliza toda la tradición del arte occidental. Un hermoso cuadro de Tiziano, «El rapto de Europa», le ofrece la imagen de una figura humana, tendida sobre el lomo blanco de un toro. Picasso la convertirá en la imagen trágica de un torero muerto; y, varias veces, de una mujer torera, con el traje de luces abierto: la cara es la de Marie Thérèse, su mujer...


Muchas veces presenta Picasso el enfrentamiento del toro con el caballo, con un significado de lucha erótica, que une amor y muerte. Para esta composición barroca, abigarrada, de formas en movimiento, puede inspirarse en un cuadro de Rubens, «Caza de hipopótamos y cocodrilos».


Se identifica Picasso con el minotauro: el hombre con cabeza de toro, o a la inversa. (Así se siente él: mitad hombre, mitad toro). En un momento que era «el peor de su vida», es una manera de autorretratarse. Lo afirma Khanweiler: «El Minotauro de Picasso, que se divierte, ama y lucha, es Picasso mismo». Una variante es el centauro-picador, que evoca también, como símbolo de España, a un caballero del Siglo de Oro.


Para sus Tauromaquias, se basa, por supuesto, en la de Goya, su gran precursor: para su visión del salto con la garrocha, por ejemplo, se inspira en la lámina 20 de Goya, «Ligereza y atrevimiento de Juanito Apiñani».


Una y otra vez, dibuja Picasso cabezas de toros, con largos cuernos. Recuerda, sin duda, los de Cnosos, en Creta, o los de Costig, de la cultura balear de la Edad del Bronce. Ve al animal sagrado como un símbolo múltiple: el ojo, el sol, la gran plaza del mundo. Lo afirma en su obra poética: «Lee el porvenir en el ojo del toro».


El simbolismo taurino es central, evidentemente, en el «Guernica». Según su amigo Juan Larrea, Picasso, en ese momento, se identifica con el toro: un animal noble que, involuntariamente, causa dolor; sobre todo, hiere al caballo blanco, la mujer que ama... Virginia Woolf ha definido la ambición del escritor contemporáneo: «Meter todo en la novela». Es la misma actitud de Picasso, en uno de sus textos poéticos: «Quisiera hacer una corrida como es, como yo la veo: toda, con todo. Toda la plaza, todo el público, todo el cielo, el toro tal como es, y el torero, toda la cuadrilla, los banderilleros, la música, el vendedor de gorros de papel... Una verdadera corrida». No es raro que Ramón le llamara «el más gitano de los artistas, el torero de pintura». Y Luis Miguel, su amigo: «Picasso es un torero, en el fondo...».


Mil anécdotas lo proclaman. En Francia, antes de ir a la corrida, ha de comer paella y beber vino español. Pierre Cabanne lo retrata, yendo a los toros: «A empujones entre la muchedumbre, riendo, abrazando a éste, dirigiendo al otro una cuchufleta en catalán, garrapateando un dibujo en un papel que le tiende un brazo anónimo, ahogado, apretujado por el gentío... Quien no haya visto una de esas jornadas de locura, no puede imaginar qué clase de hombre de espectáculo era Picasso».


Anécdotas taurinas.

Al torero Pablo Lalanda, le dedica un dibujo con este texto: «Los toros son ángeles que llevan cuernos». A otro amigo, «un plato de toritos fritos para Currito, para que los acompañe con una jarra de Valdepeñas y un porrón del Priorato». Me cuenta Andrés Luque Gago que Picasso ponía su firma en el castoreño de un picador, diciéndole: «Con esto te voy a salvar el invierno...» (El dinero que sacaría, al venderlo, compensaría su falta de ingresos, hasta que comenzara la temporada).


Cuando su amigo Luis Miguel vuelve a los ruedos, Picasso le dibuja un vestido, más ligero de lo habitual, y algunos capotes. Soñaban los dos con que Pablo diseñara una Plaza de Toros para la Casa de Campo de Madrid; que sus «Meninas» se exhibieran en el Prado, junto a las de Velázquez... Varias veces intentó Luis Miguel que el pintor volviera a España. En vez de entregarle un pasaporte, Franco le dijo que daba orden de que pudiera cruzar la frontera, sin necesidad de documentación alguna, cualquier persona que le acompañara . Pero Picasso no llegó a decidirse: más que a la policía española, quizá temía la opinión de sus compañeros del Partido Comunista francés, si regresaba...


A Picasso le gustaba que lo retrataran vestido de torero o de picador, o embistiendo a su amigo Luis Miguel. Conservaba fotografías taurinas, entradas de las corridas a las que había asistido, 24 divisas de ganaderías, postales eróticas en las que el toro o el torero son órganos sexuales masculinos o femeninos...


En el café, con los amigos, se divertía dibujando, sobre una servilleta de papel: en una sola, nada menos que cuarenta y ocho toritos.


Helene Parmelin lo veía «en el ruedo»: «Hay tantos toros de Picasso, toros en su vida, en su obra, en su cabeza, como para llenar diez mil praderas...»


Su auténtica patria era esa «piel de toro» a la que todavía llamamos España.

Compartir | Recomendar Noticia | Fuente: ABC (ANDRÉS AMORÓS / MADRID) | Fecha: 07/01/2014 | Ver todas las noticias



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