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Soledad Lorenzo, coleccionista de descartes

Soledad Lorenzo, coleccionista de descartes

La galerista muestra el tesoro que ha formado con piezas que no pudo vender durante sus 26 años carrera.


La relación de Soledad Lorenzo con el arte comenzó como un accidente imprevisto. La vida se le había quebrado a los 40 años y debía inventarse una nueva senda donde enclavijar la biografía. El zarpazo de varias muertes sucesivas en su familia la dejó sola. Demasiado sola. Sin saber muy bien cómo ni por qué se convirtió en la inquilina de un desamparo imprevisto cuando parecía que el camino iba derecho. Entonces Soledad Lorenzo (Santander, 1937), en vez de frenar, acertó con un largo galope de superviviente y llegó al mundo del arte impulsada por su amiga Paloma Altolaguirre. "Yo no tenía entonces ningún rumbo. Y de arte sabía por lo que me había enseñado de niña mi padre, que era un gran amante de la pintura. Pero esa era toda mi relación con este oficio", apunta.


Primero alunizó en la galería de Fernando Guereta, después en Theo (de Elvira González y Fernando Mignoni), más tarde como coordinadora del ámbito de arte contemporáneo de Europalia 86 y, por último, como galerista por cuenta propia en el que fue uno de los referentes imprescindibles del arte en España, su espacio de la calle Orfila de Madrid. Desde aquel gabinete de entusiasmos, Soledad Lorenzo estableció una nueva forma de exhibir y difundir el arte contemporáneo. Con un arrebato radical. Abrió su galería con obras de Alfonso Fraile; 25 años después de aquel primer paso contaba con una escudería de artistas principales: Tàpies, Palazuelo, Sicilia, Barceló, Louise Bourgeois, Tony Oursler, Julian Schnabel, Juan Uslé, Adriana Verajão, Txomin Badiola, Peio Irazu, Jorge Galindo, Paul McCarthy, Juan Ugalde, Perejaume, George Condo, Ross Bleckner...


"Sobre todo he sido galerista. Y lo que me ha interesado, además de los grandes nombres, es la relación con ciertos creadores jóvenes. Yo trabajo para los artistas. Ellos han sido el motivo principal de mi trabajo", sostiene. "He trabajado muy intensamente con cada uno de ellos y de esa relación, casi de un modo inesperado, ha ido surgiendo lo que ahora es mi colección. Pero yo nunca tuve voluntad de coleccionista. Eso es algo que se ha dado en mí de forma espontánea, con una cierta imprevisión", insiste. Pero la de Soledad Lorenzo es una de las más sólidas colecciones de arte contemporáneo. Inédita casi por entero hasta ahora, con dos muestras, una en el Museo de Bellas Artes de Santander el pasado verano y otra más en el Centro del Carmen de Valencia, que se inaugura este jueves, ponen el foco en la envergadura no sólo de un conjunto de obras, sino de una actitud certerísima para mirar mejor el arte.


La exposición de Valencia reúne piezas de casi todos los artistas con los que ha trabajado. Y cada una de ellas conserva una historia personal, un pequeño morse íntimo entre el autor y Soledad Lorenzo. "Generalmente me he quedado piezas que no se han vendido o que algún cliente ha devuelto. Han sido las circunstancias las que han colaborado para que tenga un buen fondo de obras. Creo que la única vez que he elegido una pieza antes de ofrecérsela a los clientes fue en una de las exposiciones que le hice a Miquel Barceló. Era la única manera de poder tener algo suyo", sostiene. "Las demás piezas, como digo, las adquirí porque se quedaron sin vender o por descartes. Es el caso del cuadro de la serie negra de Uslé que tengo colgado en el salón de casa, una obra excelente que me quedé al ser devuelta".


En diciembre de 2012, Soledad Lorenzo cerró su mítico espacio de Madrid. Un cierre que ella explicó con rotunda sencillez. "Creo que llegó el momento de marchar. La galería no puede continuar sin mí y yo quiero retirarme en plenas facultades. No quisiera morir en el escenario". Pero tampoco distanciarse de la pasión sobre la que ha sostenido la segunda parte de su vida. El empuje de su segunda existencia. Ahora tocan los reconocimientos a la mujer elegante, inquebrantable y apasionada. Las exposiciones de homenaje a su indeleble huella como galerista y, en breve, la publicación de un libro donde da cuenta de su intensa vida y de por qué la galería de la calle Orfila se convirtió en faro de costa de una profesión en la que ella asentó cimientos nuevos. Hace ya veintitantos años. Pero todo ocurrió demasiado deprisa.

Compartir | Recomendar Noticia | Fuente: El Mundo (ANTONIO LUCAS | Madrid) | Fecha: 14/01/2014 | Ver todas las noticias



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