Maestros del horror político
El Prado dedica una sorprendente muestra al tema de las Furias en los siglos XVI y XVII, cuando los gobernantes las emplearon como alegoría del poder.
El noble ejercicio de la metáfora política, hoy rebajado a incompetente juego literario en conferencia de prensa, fue en el siglo XVI lugar abonado para la alegoría artística. Así queda demostrado en la exposición Las Furias, nueva propuesta del Prado. El motivo de la muestra surge en 1548 de la suma de una confusión mitológica y de un encargo de María de Hungría a Tiziano. La empresa, representar un tema grecolatino, estaba destinado a cumplir una doble función: servir de lección sobre la iniquidad demostrada por los cuatro príncipes alemanes alzados contra su hermano, el emperador Carlos V, que los había derrotado en Mühlberg, y brindar un reto artístico y técnico a la altura del genio veneciano.
El equívoco sería una cuestión puramente interpretativa. En la España de aquel tiempo se identificó a las Furias, en realidad unos personajes femeninos asimilados a la venganza, con cuatro moradores del Hades: Ticio, y su hígado eternamente devorado por un buitre como castigo al violador; el parricida Tántalo, condenado a la melancólica búsqueda de alimento; Sísifo, obligado a trabajos forzados; e Ixión, siempre a vueltas con la misma rueda.
La historia (un político con tendencia a la alegoría ejemplar y un artista deseoso de probar su valía en la representación de enormes figuras contempladas a la luz de un escorzo de horror) se repetiría constantemente en los 120 años siguientes, más o menos hasta que el tema acabó rozando los límites de la casquería y el barroco agonizante dejó paso a otras metáforas. El comisario Miguel Falomir, jefe del Departamento de Pintura Italiana y Francesa (hasta 1700) y único autor de un atractivo catálogo, ha reunido 28 piezas para reconstruir el relato. Y en la presentación de ayer, el director Miguel Zugaza pareció resistirse a que el tono metafórico decayera cuando aseguró: “Escoger como primera muestra del año una invitación al averno político no deja de tener su significación”.
Una verdadera joya sirve de preámbulo a la exposición, resultado de un trabajo de cuatro años financiado por la Fundación de Amigos del Prado. Se trata de un carboncillo de Miguel Ángel con una representación de Ticio, realizado en 1532 como obsequio a su amante, Tommaso de’ Cavelieri, y prestado por la Royal Collection de Londres. Es la primera vez que el Prado recibe una obra del genio italiano, que interpretó el relato mitológico como una metáfora del sufrimiento de quien quiere sin correspondencia.
Después aguardan Ticio y Sísifo, de Tiziano. El primero es una copia hecha por el autor del lienzo entregado a María de Hungría. El segundo, el único superviviente del conjunto llamado a decorar la Gran Sala del palacio de Binche, cuyo bautismo no se debió precisamente a una exageración: contaba 45 metros de largo, 22 de ancho y 11 de altura. La aportación del veneciano era solo una parte del programa iconográfico que acabaría arrasado por las tropas francesas en 1554. Felipe II rescató y mandó restaurar el conjunto de Tiziano, pero nadie logró evitar que Ixión y Tántalo ardieran en 1737 en el incendio del Alcázar, su último hogar.
Para entonces, mediados del XVIII, el tema de las Furias ya era agua un tanto pasada. Pero durante los reinados de Felipe II y Felipe IV el recurso a la salvaje metáfora de la venganza fue constante, aunque el tema acabara interesando menos a los príncipes que a los pintores, que vieron en este un campo fértil para el lucimiento; en el modo de abordar la variedad de actitudes y movimientos y en la representación de los estados de ánimo.
El impacto de las Furias de Tiziano fue enorme en Flandes, pese a que solo vivieron en aquellas tierras durante cinco años. Una de las secciones del recorrido propuesto por Falomir y organizado en torno a un vaciado de Laocoonte está consagrada a esa influencia en la escuela de Haarlem. Y de ahí, a Rubens (coautor en 1611 con Frans Snyders de un Prometeo encadenado prestado por el museo de Filadelfia) y hasta a Baudelaire, que quiso ver “una identificación del sufrimiento sentimental del poeta con el de los condenados en el Hades” en unos grabados de Goltzius sobre diseños de Cornelisz van Haarlem. Llegadas del Rijksmuseum, las figuras, que adoptan poses más propias de un mundial de atletismo, lucirán en el Prado hasta principios de mayo, cuando la exposición se clausure.
La parte dedicada a la producción de los “Países Bajos españoles y el naciente estado de Holanda” demuestra, según Falomir, que la temática “interesó por igual a monarquías y repúblicas, a católicos y a protestantes. Fue un asunto paneuropeo”. Esa precisión quedará sustentada después, cuando el foco geográfico regrese, gracias a Rombouts, a Italia, con Ribera, “maestro del horror” en Nápoles, los tenebrosi genoveses y el paroxismo de Salvator Rosa, cuyo Prometeo (devorado como Ticio por un ave rapaz) no desentonaría en un festival de cine gore.
Ante tal sobredosis de intestinos y otras vísceras, provenientes de la colección del romano Palazzo Corsini, el comisario no podía ayer por menos que fijar en esa obra el momento preciso del “agotamiento” de las Furias. “Realmente, el tema no se podía llevar más lejos”.