El fotoperiodismo cooperante
El CentroCentro Cibeles expone las obras ganadoras del premio Luis Valtueña.
El 18 de enero de 1997, el fotógrafo gallego Luis Valtueña murió con la cabeza reventada en Ruanda consecuencia de los disparos de los militares. Tenía solo 33 años. Colaborador de la agencia Cover, le mataron junto a sus compañeros cooperantes de Médicos del Mundo, Flors Sirera y Manuel Madrazo. Por eso, el premio fotográfico que lleva su nombre, es un homenaje continuo a quienes se juegan la vida dando fe con su cámara del sufrimiento de las víctimas. Los terribles peligros y tensiones que rodean su labor son constantes como lo prueba el ganador de la última edición, el sueco Niclas Hammarström (Kalmar, Suecia 1969), autor de la serie titulada Aleppo. Cuando el jurado acordó concederle el premio se le pudo comunicar porque se ignoraba su paradero. Estaba secuestrado en Siria como lo siguen estando Marc Marginedas, Javier Espinosa y Ricardo García Vilanova. Hace un par de semanas, Hammarström, fue liberado. Su trabajo, junto con el de los finalistas, se expone hasta el 2 de febrero en las salas del CentroCentro Cibeles (Plaza de Cibeles, 1).
Los tres finalistas del galardón que convoca anualmente la ong Médicos del Mundo retratan a las víctimas de las migraciones (el mexicano Fabio Cuttica y el español Mingo Venero) mientras que la fotógrafa birmana Wai Hnin Tun presenta una sobrecogedora galería sobre las personas drogodependientes acogidas en La Casa de la Buena Vida, un refugio situado en Palma Palmilla (Málaga).
Ganador el pasado año del segundo premio World Press Photo 2012 por su trabajo sobre el asesinato multitudinario en la isla noruega de Utoya, Niclas Hammarström es un fotorreportero con una larga historia. En 1993 empezó a trabajar para el periódico Aftonbladet (el mismo en el que Stieg Larsson sitúa al protagonista de la trilogía Milenum) como su fotógrafo en Estados Unidos, desde donde envió imágenes de el asedio de Waco, los atentados del World Trade Center, el atentado con bomba de Oklahoma, la Copa Mundial de Fútbol de 1994 o los Juegos Olímpicos de 1996 en Atlanta. En 1997 volvió a Suecia y en 2002, dejó de trabajar como fotógrafo y se incorporó al negocio familiar de fabricación y venta de instrumentos de ayuda a la discapacidad. En 2010 vendió la empresa y se quedó en casa cuidando a sus 3 hijos durante un año. Pero echaba de menos la fotografía y volvió al Aftonbladet como fotógrafo freelance. En 2012, durante uno de sus viajes a Siria, realizó el reportaje fotografíco que ahora se puede ver en Madrid.
En medio de la muerte y destrucción que hace imposible una vida cotidiana normal, Hammarström muestra a tres niños sentados en un pupitres en una escuela de Alepo (casi todas estás cerradas), se ve a Alladin, un niño de 10 años cargado de balas usadas para vender el metal; varias personas arrastran a un hombre que acaba de morir durante un ataque con morteros, un hombre cava una tumba en medio de un cementerio ante la mirada de sus hijos...Todas son imágenes de desesperación. Pero hay una fotografía en la que la tristeza es aún más profunda. En ella se muestra una sala del hospital de Dar-al -Shifa. Desde un rincón, un niño de no más de 6 años contempla a los heridos. Ante él tiene el mundo que le espera. Como recordó Juan Diego Botto durante la entrega de los premios, lo que sucede en Siria lleva varios años siendo protagonista de las imágenes que concurren al premio. “Este conflicto se ha llevado por delante 100.000 vidas y ha desplazado de sus hogares a casi 6 millones de personas. Dos millones han buscado refugio en los países vecinos, de los que la mitad son menores de 18 años”.
El trabajo del primer finalista, Fabio Cuttica (Roma, 1973), titulado La senda tenebrosa, narra el terrible y penoso viaje de los migrantes que desde Centroamérica intentan llegar a Estados Unidos atravesando México.Hombres, mujeres y niños, invisibles y clandestinos, soportan las situaciones más terribles que una persona pueda imaginar a manos de las mafias y policías fronterizas. Como se cuenta en la extraordinaria película La jaula de oro, de Diego Quemada-Diez, muy pocos son los que consiguen su objetivo. Los robos, las violaciones y la muerte les acompañan en el recorrido.
Más cerca geográficamente de España, se centra el trabajo sobre las migraciones realizado por Mingo Veneno. Silenciosa espera, muestra los rostros de los migrantes subsaharianos que sueñan con entrar en Europa desde la costa noroccidental de África. Las imágenes muestran a Narcisse, de Camerún, momentos antes de enfrentarse a las cuchillas que coronan la valla de Melilla; a Omar, de Senegal, preparando la cena en el habitáculoque comparte con cinco personas en una barriada de Rabat o a Mohamed, de Gambia, en un hospital de Nador donde le curar las heridas sufridas al intentar saltar la valla.
Junto a estos desoladores reportajes, la serie de Wai Hnin Tun, nacida en Birmania y residente en Málaga, aporta una cierta esperanza por lo que contiene de solidaridad. Sus protagonistas son los residentes en La casa de la Buena Vida, un lugar en el que, en principio, solo se acogía a drogodependientes, pero que se ha ido abriendo a gente con casos desesperados. De nuevo, periodismo y cooperación humanitaria se unen para intentar mejorar la vida de los más indefensos y desfavorecidos. Unos y otros se ayudan para hacer menos difícil la vida diaria: comer, lavarse o simplemente desplazarse unos metros, casi la única opción de supervivencia para unas pocas personas marginadas por la sociedad y olvidadas por los responsables políticos.