Cézanne: los paisajes del padre de la pintura moderna
A partir del próximo martes, el Museo Thyssen dedica una retrospectiva (la primera en España después de 30 años) al maestro postimpresionista, precursor del cubismo y el más cotizado de la Historia del Arte.
Hace justo dos años saltó una noticia que dio la vuelta al mundo. Un cuadro de Cézanne, «Los jugadores de cartas», había sido adquirido por la Familia Real de Qatar por 250 millones de dólares, pulverizando todos los récords. Jamás se había pagado una cifra tan desorbitada por una obra de arte. A muchos sorprendió la estratosférica cotización del pintor francés. Se hubiera esperado de Picasso, de Van Gogh e, incluso, de Bacon, pero no tanto de Cézanne. Sin embargo, no extrañó a los especialistas, pues es un pintor de culto, los museos guardan celosamente sus obras como los más preciados tesoros y apenas las prestan. De ahí que sus exposiciones, poco numerosas, sean siempre un acontecimiento de primer orden.
Viendo las pasiones que hoy despierta, cuesta creer que hasta la última década de su vida Paul Cézanne (1839-1906) no lograra el reconocimiento. Sus obras eran rechazadas una y otra vez en el Salón de París y la crítica lo vapuleaba sin piedad. Decían que era un artista torpe y su pintura, infantil y tosca. «Siempre fue el último de la fila, el bufón del grupo impresionista», advierte Guillermo Solana. Tuvo que llegar el marchante Ambroise Vollard, un visionario, para organizar en su galería parisina en 1895 su primera monográfica, con 150 obras. Nació el mito. Cézanne murió once años después, pero le bastaron para convertirse en el padre del arte moderno y precursor del cubismo.
El Museo Thyssen cierra una trilogía de exposiciones («Impresionismo y aire libre» y «Pissarro») con la primera retrospectiva de Cézanne en España después de 30 años: aquella fue en 1984 en el MEAC. El comisario de esta nueva muestra y director artístico del museo, Guillermo Solana, ha logrado reunir 58 obras del pintor (49 óleos y 9 acuarelas), centradas en dos motivos fundamentales en su carrera: los paisajes, que suponen la mitad de su producción, y las naturalezas muertas. A modo de prólogo, recibe al visitante el único lienzo de Cézanne que hay en la colección del museo (atesora también una acuarela): «Retrato de campesino», que fue propiedad de Vollard, quien afirmaba que éste fue el último cuadro en el que trabajó. Hoy se cree que no es así. El misterioso hombre retratado no tiene rostro. Para algunos, se trata de un autorretrato. Sea cierto o no, el modelo se mimetiza con el paisaje del fondo. No se sabe muy bien donde acaba uno y empieza el otro.
Caminante incansable.
Solana toma el curioso título de la exposición («Site / Non site») de Robert Smithson para explicar la tesis de la muestra: la dualidad en la producción de Cézanne entre fuera y dentro, entre la pintura al aire libre y el trabajo en su estudio. Como relata Joachim Gasquet, «fatigaba al animal que había en él, siempre con su pasión por las largas caminatas, escalando el monte Victoria, solo, el morral a la espalda, bajo el sol o bajo la lluvia». Lo recuerda, ya anciano, paseando por los caminos cercanos a su Aix natal, con la caja de pinturas al hombro. Odiaba las carreteras modernas. Paradójicamente, fue él quien abrió las puertas de la pintura moderna. Una primera sección de la muestra, «La curva en el camino», se ocupa de un motivo muy utilizado por los pasajistas: el espectador entra en el cuadro a través de un camino. Pero explica Solana que, en el caso de Cézanne, sus caminos están bloqueados por rocas o árboles, no hay salida, no conducen a ninguna parte.
La relación de Cézanne con los impresionistas fue complicada, nunca se sintió uno más de ellos. Frecuentaba el Café Guerbois, en cuya tertulia coincidía con Monet, Renoir, Pissarro, Sisley... Expuso tres obras en la primera Exposición Impresionista, de 1874. Lo hizo solo una vez más, en 1877. Después se separó del grupo y no expuso hasta 1895. Fue Pissarro, diez años mayor que él y a quien consideraba un maestro, con el que tuvo mayor relación y más le apoyó. Trabajaron juntos en Pontoise. Cuelgan obras suyas en la muestra. También de Gauguin, Bernard, Derain, Braque, Dufy y Lhote. Ningún Picasso a la vista. ¿Por qué? «No es fácil conseguir préstamos de este pintor entre 1907 y 1914», apunta el comisario.
La serie de los «Bañistas», que pintó en la finca familiar del Jas de Bouffan, a las afueras de Aix-en-Provence, ocupó buena parte de la producción de Cézanne (desde 1870 hasta su muerte) y protagoniza una sala de la muestra. Desnudos y árboles se mimetizan en sus lienzos metamorfoseándose unos en otros en una especie de ensoñación. No los pintó del natural. Según Solana, se aprecia en esta serie la huella de El Greco, a quien admiraba.
Manzanas y erotismo.
Se ha especulado mucho con el significado de estas pinturas. Hay quien las ve como un regreso a las obsesiones eróticas de sus obras juveniles:«La tentación de San Antonio», «El juicio de Paris»... Meyer Schapiro vio ese erotismo en sus célebres manzanas –las frutas que más se identifican con este artista– y T. J. Clark sentó a Cézanne en el diván de Freud. En uno de los paisajes de la muestra vemos el retrato de Paul, el hijo que el pintor tuvo con Hortense, una costurera con la que no llegó a casarse.
La Sainte-Victoire fue mucho más que una montaña para Cézanne. Le obsesionaba. Tenía, para él, algo de sagrado, de mágico. También Picasso sintió la misma atracción por esta montaña sagrada. Tanto que su última morada, el castillo de Vauvenargues, donde está enterrado, se halla justo a los pies de Sainte-Victoire. Guillermo Solana subraya que Cézanne abordaba las naturalezas muertas como paisajes y éstos como naturalezas muertas, como podemos apreciar en las dos últimas secciones de la exposición. Una sala reúne un buen conjunto de naturalezas muertas, en las que el pintor va abullonando el mantel y crea con él unas formas que evocan claramente la Sainte-Victoire. La mesa prácticamente desaparece de sus composiciones. Cuelgan, además, cuatro pinturas de su célebre serie del cántaro de gres. Hay importantes préstamos de la Tate, la Fundación Beyeler, colecciones privadas... Sorprende que no haya ningún préstamo del Museo d’Orsay de París, que atesora la mayor colección del pintor. ¿Por qué? «Tiene que preguntárselo a ellos», responde Solana. Parece que la tensión entre los dos museos no ha desaparecido.
Por otro lado, Cézanne pintó los paisajes de lugares como L’Estaque y, especialmente, Gardanne como naturalezas muertas geométricas, con un juego de planos horizontales y verticales en el que las casas se agrupan extendiéndose por el terreno. «Semejan maquetas», explica Guillermo Solana. Pocos meses después de la muerte del pintor, nacieron los primeros experimentos cubistas de Braque y Picasso. Dos vistas de Gardanne, préstamos del Metropolitan de Nueva York y del Museo de Brooklyn, anticipan claramente este rompedor movimiento. Una placa en este pueblo de la Provenza francesa recuerda que allí nació el cubismo. Hoy los lugares de Cézanne en la Provenza (Aix-en-Provence, donde se puede visitar su taller y el Museo Granet; L’Estaque, Gardanne, la Sainte-Victoire...) son centros de peregrinación para sus numerosos y fieles seguidores.