Bases de datos y arqueología cultural
La creciente aportación de las nuevas tecnologías a la investigación tradicional incrementa los éxitos en el hallazgo de obras ocultas de la literatura, el arte o el cine.
Bienvenidos a la edad dorada de la arqueología cultural. El afán por rescatar glorias del pasado no es un asunto nuevo —los patricios romanos enloquecían por el arte griego— pero nunca, como ahora, los investigadores habían dispuesto de un arsenal tecnológico tan poderoso para rescatar piezas perdidas o de autoría trastabillada.
Ocurrió en el caso de la Gioconda del Prado, que ha necesitado de un sofisticado proceso de estudio y restauración para descubrir su verdadero rostro. Aquella obra minusvalorada, pese a que pertenecía a las colecciones de los reyes españoles desde el siglo XVII, se correspondía con la copia más antigua de la Mona Lisa, realizada en el taller de Da Vinci por uno de sus dos pupilos más duraderos —se duda entre Salai (su amante) o Francesco Melzi—, de modo simultáneo a la pieza del maestro. Y ha ocurrido también en el caso del reciente hallazgo en la Biblioteca Nacional del manuscrito original de la comedia de Lope de Vega Mujeres y criados.
¿Cómo pudo permanecer 127 años en los depósitos de la BNE como una obra anónima? “Tal y como se cuenta el hallazgo, parece que estaba en un cajón y lo hemos descubierto. Pero no es así. Estaba catalogado, clasificado y a disposición de cualquier investigador para estudiar la obra. Ojalá pudiéramos nosotros dedicarnos a investigar, que es lo más bonito, pero nuestra función es poner el fondo a disposición de los verdaderos investigadores, cuyas conclusiones enriquecerán nuestro trabajo”, aclara Pilar Egoscozábal, jefa de servicio de Reserva Impresa de la institución.
Ya apenas quedan cajones por abrir en la BNE, como en los años de Manuel Sánchez Mariana, ahora jubilado y antes jefe de la Sección de Manuscritos. “Entonces había fondos sin tocar. En un paquete, que a lo mejor llevaba sin abrirse desde el siglo XIX, encontré un auto de Calderón”, recuerda el experto, que también descubrió entre una serie de papeles el manuscrito original de ¡Adiós, Cordera!, de Clarín.
Fue Alejandro García-Reidy, filólogo de la Universidad de Syracusa, quien desveló que Mujeres y criados había sido escrita por Lope. Logró coronar su investigación con la ayuda de bases de datos creadas por colegas. “Se dio una mezcla de procesos tradicionales y tecnológicos. Después de trabajar sobre el texto para conectar una comedia con otras a partir del análisis y el estudio, algunas pistas que me llevaron al desenlace se asientan sobre las nuevas tecnologías. La inicial surgió de un proyecto de investigación de la Universidad de Valencia, que tiene una base de datos, Catcom, con todas las noticias de representación de obras teatrales de los siglos XVI y XVII. Trabajando en ella encontré la noticia de la existencia de una comedia de Lope que me permitió indagar en el catálogo de la BNE. La segunda base de datos de la Universidad de Duke, Manos teatrales, me permitió analizar la caligrafía. Así pude identificar la mano del copista de la comedia, que fue el director de la compañía, Pedro de Valdés”. Y el copista le llevó a Lope.
Pero para llegar al copista necesitó a Margaret R. Greer. Ella, profesora de Literatura española en la Universidad de Duke y especialista en el teatro del Siglo de Oro, desarrolló en 1985 una herramienta para identificar al dueño de las manos de las que habían salido las copias de las piezas teatrales manuscritas entre 1580 y 1720. En su base de datos se han registrado ya más de 400 caligrafías originales, incluidas las de los grandes autores (Lope, Calderón, Tirso…), dramaturgos y sus copistas más habituales.
Aunque el reciente descubrimiento ha sido el más relevante, el sistema desarrollado por Greer, Manos teatrales, ha facilitado en el pasado la confirmación de otras autorías y los descartes —un resultado menos aireado pero igual de valioso— de las falsas atribuciones. “Con nuestro análisis se puede anclar una obra en su contexto de representación, además de los autores y de su forma de trabajar”, cuenta por teléfono desde República Dominicana. Greer seleccionó una serie de letras a las que asignó números. Con ellos fijó la plantilla de cada caligrafía. “Es un proceso lento que ahora intentamos acelerar con un programa informático que estoy desarrollando junto al profesor Antonio Quiroga”, explica. Si finalmente lo culminan, algunas obras anónimas dejarán de serlo. Habrá más lopes. Son muchas las que carecen de dueño. Entre otras razones porque, como puntualiza Manuel Sánchez Mariana, “el concepto de autor es moderno... los códices del XV, por ejemplo, están sin identificar”.
De los años gloriosos del teatro de comedias se conservan más de 3.000 manuscritos —una cifra inmensamente superior a la que ha sobrevivido del teatro inglés, según Greer—, pero se desconoce a los autores en un 70% de los casos. El propio Lope llegó a afirmar que había escrito 1.500 comedias, aunque solo sobreviven 400. Greer trabaja en la actualidad sobre un manuscrito de una comedia de Calderón, Eco y Narciso, a la que se le había perdido la pista hasta que ha reaparecido en los fondos de la Biblioteca Nacional de la República Checa.
Aunque lo tecnológico camine en el campo de las letras a un ritmo más lento que en otras áreas, hay aspectos como la simple digitalización que ha cambiado la vida de los investigadores. Pilar Egoscozábal está convencida de que se sucederán nuevas atribuciones en el futuro: “La digitalización permite comparar obras sin necesidad de desplazarse físicamente. Una labor que antes necesitaba un año ahora requiere menos tiempo”.
En pintura también se juega ahora en otra división tecnológica. “Desde la Antigüedad clásica las obras desaparecen y reaparecen. Es un fenómeno que se ha dado a lo largo de la historia y se seguirá dando, pero es cierto que las nuevas tecnologías están ayudando a descubrir pinturas como la Gioconda del Prado o el van dyck que teníamos en los depósitos de la academia”, sostiene Antonio Bonet, director de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Entre los nuevos ingenios se encuentran prácticas más propias de la ciencia-ficción que de la historia del arte, como las macrofotografías y radiografías de alta precisión, las reflectografías y el análisis comparativo de pigmentos.
Las películas antiguas son un campo florido —se han perdido más de las que se conservan- con el tiempo a la contra. Del cine español rodado antes de 1939 solo perdura el 12%, según el crítico e historiador de cine Román Gubern. La fundación montada por Martin Scorsese para preservar la cinematografía estadounidense estima que el 90% de las películas mudas se han perdido. El material tiene fecha de caducidad. “Cuando empecé en esto, se decía que el soporte de los hermanos Lumière tenía un pronóstico de 50 años de vida. La profecía ha sido falsa, pero el celuloide se desintegra. Hay más herramientas para recuperar las cintas pero menos tiempo para hacerlo”, expone. Ahora bien, lo digital, panacea en muchos aspectos, no salvará a los arqueólogos culturales. “El pronóstico que le dan ahora los expertos al soporte digital es de 30 años de vida”, avisa Gubern.
Como siempre, habrá hallazgos fortuitos, que nada deben al mundo virtual y cibernético del siglo XXI. Isabel Ortega, jefa de la sección de Bellas Artes de la BNE, localizó una partitura de Bellini dentro de un álbum anónimo que incluía dibujos y fotos. Aunque a veces se despeja, ella gestiona un campo plagado de incógnitas. “A veces deducimos las autorías por el atrezzo del estudio o la manera de fotografiar. Clifford y Laurent, que fueron coetáneos, trabajaban de modo distinto”, relata. El 80% de los autores de los 22.000 retratos de la colección Castellanos, una joya del XIX, se desconocen.
A veces son empecinamientos personales los que contribuyen al rescate. Ocurrió con el himno perdido de Beethoven, olvidado en un cuaderno del compositor depositado en la Biblioteca Estatal de Berlín hasta que el investigador Barry Cooper, de la Universidad de Manchester, se empeñó en buscarle las costuras. O las películas de Georges Méliès que convivían con unas gallinas belgas localizadas por su bisnieta Madeleine. Y por supuesto, la cinta perdida de Orson Welles, Too much Johnson (1938), que dormía en una caja en un sótano en Pordenone (Italia) hasta que la pestilencia avinagrada que desprendían los rollos obligó al cinéfilo Piero Colussi a echarle una segunda ojeada. En los regalos así, más que las tecnologías influyen herramientas —igual de sofisticadas— como... la intuición.
Aquellos códices de Da Vinci redescubiertos.
¿Quedará en la BNE algo mal clasificado o escondido entre páginas que no le correspondan? Seguramente. Entre 30 millones de documentos debe haber sorpresas, pero será difícil que alguna pueda superar el impacto mundial que causó en 1967 la noticia lanzada desde un hotel de Boston por el profesor Jules Pincuss, al anunciar que había descubierto dos manuscritos de Leonardo da Vinci (700 páginas) mientras buscaba originales de baladas medievales y que había cerrado ya un acuerdo para publicar los códices con la Universidad de Massachusetts.
En esta historia abundaron las traiciones y las vanidades. En 1965, dos años antes de que Pincuss acaparase el foco de la prensa internacional, los códices se habían mostrado en la Exposición del Libro Científico, celebrada en Madrid. Un informe especial —y mantenido en secreto hasta 2006— elaborado por especialistas estadounidenses permitió desenmascarar a Pincuss, que había microfilmado los manuscritos con la aquiescencia de un responsable de la BNE. Lo cierto es que los manuscritos de Leonardo habían pertenecido a la institución desde su fundación, en 1713. Sucesivos documentos de bibliotecarios aluden a ellos. Un error en la signatura había cortado el acceso a los códices en el siglo XX hasta que un bibliotecario los redescubrió dos años antes de que Pincuss coquetease con pasar a la historia de los descubrimientos.