Modistas invisibles del siglo XIX
Laura Casal-Valls honra a la mujer en la primera tesis de alta costura catalana.
Los siglos XIX y XX trajeron a Cataluña y España cambios significativos. Hubo avances tecnológicos que propiciaron la industrialización y el nacimiento de una burguesía que modificó los hábitos de la sociedad. Todo contribuyó a un panorama donde la vestimenta tuvo un papel importante en Cataluña para crear un nuevo mercado: la alta costura.
Sin embargo, a pesar de ser una época de gran actividad textil, hay pocos estudios respecto a la figura de la modista. Laura Casal- Valls ha conseguido ser la pionera con su libro y posterior tesis en la que sigue trabajando «Del trabajo autónomo a la etiqueta. Modistas y contexto social en la Cataluña del siglo XIX». La autora indaga en la historia entre 1858 y 1915, y demuestra que existía en Cataluña una moda de calidad.
El libro cuenta que fue a partir de los cambios del siglo XIX cuando las formas de vestir se homogeneizan, dando lugar a una moda europea de inspiración francesa, enclave por definición de nuevas tendencias y lugar donde nació el 1858 la alta costura de la mano del modista inglés Charles Frederick Worth, inventor de las pasarelas de moda. Cataluña, centro industrial y cultural de España, con una burguesía industrial incipiente, seguía los dictados de la moda parisina. Las modistas fueron quienes, en sus talleres, contribuyeron significativamente en esa tarea. Laura Casal-Valls pretende dignificar el trabajo de aquellas modistas mujeres, poco tenidas en cuenta a lo largo de la historia.
No estaba bien visto que la mujer regentase un negocio y cosechase éxito, pero la autora demuestra que existía una moda autóctona de calidad que la burguesía valoraba y que cuenta con su mayor auge en la década de 1880, cuando nacen las primeras etiquetas o marcas. A partir de entonces las modistas quieren hacer constar la marca y conseguir eco en Cataluña. Justamente es en respuesta a la necesidad de las clases adineradas de vestir con distinción como nació la alta costura catalana, de fuerte influencia extranjera. «La mentalidad burguesa, ligada al movimiento modernista, reconoce el valor de las piezas elaboradas localmente y el trabajo de las modistas», asegura la autora a ABC. Así, lograron conseguir éxito y fortuna modistas como las hermanas Montagne, la modernista María Molist o la desconocida pero pieza clave en la moda catalana, Joana Valls.
No obstante, las mujeres no lo tuvieron fácil para triunfar como modistas, ya que la legislación y la tradición lo impidieron durante años. La figura de la costurera vivía entre la antigua organización artesanal y la producción fabril, en auge a partir de la industrialización y la proliferación de fábricas textiles en Cataluña. Fue a partir de entonces cuando se empezó a dividir el trabajo en masculino y femenino. Los patrones no se oponían a la incorporación de la mujer en sus estructuras fabriles, siempre que las tareas desarrolladas estuviesen relacionadas con las consideradas «naturales para la mujer y mal vistas para un hombre». Es más, la presencia de mujeres y niños en el proceso productivo era mano de obra barata que permitía reducir costes de producción.
Además, el trabajo femenino se situaba entre el espacio público de las fábricas y el doméstico, ya que no estaba bien visto que la mujer «saliese» del hogar y de su labor como esposa y madre, que se anteponía a la contribución de la mujer en el taller de costura. Por ese motivo, delegaban trabajo a domicilio a las mujeres modistas, un trabajo menos remunerado y más costoso que la producción seriada en fábricas.