El Reina Sofía y la Tate Modern desvelan la grandeza de Richard Hamilton
Una retrospectiva reúne por primera vez las obras más significativas del artista británico (1922-2011) con una reconstrucción de sus audaces instalaciones y diseños expositivos.
No figura en la sagrada trinidad del arte contemporáneo británico que conforman Francis Bacon, Lucien Freud y David Hockney. Y ser reducido a padre británico de un arte tan americano como el Pop le ha restado brillo y notoriedad. Pero la curiosidad intelectual, la profundidad analítica y la tenacidad experimental del artista Richard Hamilton (1922-2011) le sitúan entre las grandes referencias de las artes plásticas a través de seis décadas de producción sofisticada y sagaz que reivindican ahora el Museo Reina Sofía y la Tate Modern de Londres.
Por primera vez, una retrospectiva sobre Hamilton –un londinense glotón y locuaz amante de España, del Prado y de Ferran Adriá– reúne junto a sus cuadros una reconstrucción de sus diseños para exposiciones y de las instalaciones más importantes del autor de la portada del «White Album» de los Beatles. «Hamilton no es solo Pop, ni siquiera fue solo un artista; fue un activista político, un experimentador, un diseñador de exposiciones, un portavoz para muchos artistas de su generación y un gran analista de la cultura de medios y de masas», explicaba ayer Chris Dercon, director de la Tate Modern.
El museo londinense abre este jueves al público una muestra que podrá ser vista en su concepción más amplia y original a partir del 24 de junio en el Museo Reina Sofía. Por primera vez, se han reconstruido instalaciones como «Fun House», que diseñó para la exposición «This is Tomorrow» (esto es mañana) en la Whitechapel Gallery en 1956. La obra que hizo entonces para ilustrar el catálogo, su célebre «Just what is it that makes today’s homes so different, so appealing?» (¿qué es lo que hace nuestras casas de hoy día tan diferentes, tan apetecibles?), está considerada como el nacimiento del arte pop.
Con sus referencias al cine popular, a Charlton Heston, a JFK, a la piruleta o la aspiradora, Hamilton colocó los atributos a una corriente a la que él mismo le atribuyó los adjetivos en su célebre carta de 1957 a los arquitectos Peter and Alison Smithson, en la que reivindica un arte «popular (diseñado para una audiencia de masas)», «pasajero», «prescindible»« (fácilmente olvidable)», «de bajo coste», «producido en masa» y «sexy». En aquella época, Hamilton podía ver el futuro. «Es su periodo más profético», explicaba ayer en Londres Manuel Borja-Villel. Pero nada bautizado con esa deliberada levedad podía durarle siempre.
Mick Jagger detenido por drogas.
«Para un artista recién salido de la austeridad de la postguerra británica, el consumismo estadounidense era algo muy excitante», explica Mark Godfrey, uno de los comisarios de la muestra. Como artista pop, si Warhol eligió iconos como Elvis Presley, Hamilton prefirió a Bing Crosby. Si el rey de la «Factory» multiplicó latas de sopa, el británico fue el primero en serializar la silueta del Guggenheim de Nueva York y convertir los museos en objetos de consumo. Y su famosa serie tras la detención por drogas de Mick Jagger y el galerista Robert Fraser en 1967 es en realidad su acta de defunción del clima de libertad del «Swinging London».
Hay en las obras de Hamilton una actitud fría y distante, muy presente en sus inquietantes interiores. Gélida es, por ejemplo, la temperatura en el lobby de hotel berlinés que recreó en su instalación «Lobby» (1985-1987). O la serie «Estudios de Interiores» de 1964, paisajes arquitectónicos poblados de presencias en forma de cortinas, alfombras, cadáveres y, a veces, personas. Esa curiosidad por las personas y el espacio la lleva a la psicología colectiva, con paisajes de bañistas en la playa, o al tormento interno de Marilyn Monroe. Los tachones de rotulador y los arañazos que dejó la malograda actriz en las fotos que le realizó George Barris impresionaron a Hamilton, que vio en ese doloroso ejercio de edición fotográfica una «violenta anulación de su propia imagen».
En su dimensión política, que refleja en su retrato de 2010 del Tony Blair de la guerra de Irak o en la Margaret Thatcher muda de la instalación “Treatment Room” de 1984, su mensaje es a la vez una disculpa para la experimentación. Así, traslada elementos pictóricos de «El Ciudadano» de 1980 -retrato de Hugh Rooney (y no Bobby Sands, como a menudo se cree), uno de los presos del IRA por los que se compadeció el pintor- a «El Orangista», que pintó ocho años más tarde, un manifestante unionista a quien retrata tan prisionero del peso de la identidad como al huelguista republicano.
Tras la matanza de estudiantes de la universidad de Kent State, el 4 de mayo de 1970 en Ohio, que Neil Young retrató en su canción «Ohio», Hamilton transforma su indignación en un meticuloso análisis del proceso de transmisión de la imagen en la era de la comunicación de masas. «Tuvo una enorme capacidad de seleccionar imágenes para capturar momentos, ya sea el Londres de los 60 o las protestas anti-Vietnam en Estados Unidos», explica Godfrey.
Influencia del humor de Duchamp.
De un viaje iniciático a EE.UU. en los 60 se trajo la amistad de los grandes del Pop como Andy Warhol y Roy Lichtenstein, pero sobre todo la de su maestro Marcel Duchamp, que ocupa un lugar esencial en el amplio abanico de referencias de Hamilton, que abarcaría desde Fran Angelico y Velázquez hasta las ideas de Charles Darwin o la tecnología y el diseño gráfico. Como comisario en la Tate en aquella época, Hamilton fue el encargado de organizar en 1966 la muestra «The Almost Complete Works of Marcel Duchamp» (la obra casi completa de Marcel Duchamp).
Ante la imposibilidad de trasladar desde Filadelfia a Londres la obra del francés conocida como "The Large Glass", el pintor británico obtuvo de él permiso para reproducirla. A partir de entonces, Hamilton se sumó al espíritu burlón de Duchamp reapropiándose con humor de temas, artistas y tradiciones. Por ejemplo, en la serie de seis autorretratos en el estilo de Francis Bacon, que titula simplemente «Retratos del artista por Francis Bacon». O en el juego sobre la autoría que subyace en la pared entera de retratos en Polaroid que el artista solicitó a lo largo de su vida a amigos y artistas como Henri Cartier-Bresson, Jasper Johns, Yoko Ono, Gerhard Richter, John Lennon o Bryan Ferry, a quien dio clases de Bellas Artes en la universidad de Newcastle.
De las famosas tostadoras Braun, que pintó en los 60 y a las que volvió en 2008, dijo que «han terminado por ocupar en mi corazón y mi conciencia el lugar que el monte Sainte-Victoria tuvo en Cézanne». Y de su vínculo permanente con España, la exposición recupera los paisajes bucólicos y florales que realizó a partir de una serie de postales que encontró en Cadaqués, la localidad donde llegó a tener su hogar, a comienzos de los 70 sobre los efectos laxantes de la llamada Eau de Miers, que representan a varias personas con los pantalones bajados en el bosque sufriendo sus efectos.
Esta sala denominada, quizás con ecos dalinianos, como «Shit & Flowers» (mierda y flores), incluye también los paisajes a modo de anuncios de la legendaria marca británica de papel higiénico Andrex. Según explican los organizadores, en estas obras despliega el consejo recibido de Duchamp de jugar con «el estratagema de la dicotomía». El resultado son destellos de ironía que encierran su incansable curiosidad por la técnica y la historia en el Arte. Días antes de morir en septiembre de 2011, a los 89 años, Hamilton trabajaba en un tríptico, sin título e inacabado, inspirado en «La obra maestra desconocida» del novelista francés Honoré de Balzac, que muestra a los pintores Tiziano, Poussin y Courbet sobre un desnudo.
Concebida para el Reina Sofía.
En la instalación “Growth and form” de 1951, Hamilton inicia su exploración del espacio y del arte como vehículo expositivo, una de las constantes de su obra que llevó a límites originalísimos en la instalación “Man, Machine, and Motion” (hombre, máquina y movimiento), un absorbente cosmos de astronautas, máquinas voladoras y monstruos submarinos. Esta última es una de las dos instalaciones que pueden verse en el Institute of Contemporary Art (ICA) de Londres, una institución con la que Hamilton estuvo muy vinculado durante su época al frente del llamado Grupo Independiente, y que que sirve de anexo al tronco central de la muestra al otro lado del Támesis en la Tate.
«La noción de que la obra de arte no es un elemento autónomo como pensaban los modernistas sino un dispositivo es clave en Hamilton», explicaba ayer en Londres Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía, quien apunta que «el juego del espacio y la idea del negativo que desarrollaron [Theodor] Adorno o [Ludwig] Wittgenstein el la encuentra en Velázquez».
El museo madrileño es la institución a la que él propio Hamilton encomendó ejecutar sus diseños expositivos para una retrospectiva definitiva sobre su obra, que realizó siempre con el Reina en la cabeza a partir de sus conversaciones con Vicente Todolí, el exdirector de la Tate Modern que regresa como comisario ahora de esta «Richard Hamilton» junto con Paul Schimmel [puedes leer aquí la entrevista a Todolí sobre la exposición].
El proyecto inicial era llevar la muestra a Filadelfia y a California. Pero la imposibilidad de realizar esta gira americana condujo a la incorporación al proyecto capitaneado por el equipo de Borja-Villel de la Tate Modern, que ya ha albergado tres exposiciones sobre Hamilton. Así, si el museo londinense alberga 160 obras de Hamilton, el Reina Sofía expondrá cien más al añadir trabajos preparatorios, ilustraciones y otras obras de menor tamaño pero igual importancia para el artista.
Su propia viuda ha afirmado que será el montaje del museo español, realizado por Rafael García, el que reflejará el legado final de Hamilton. «Crearemos distintos espacios expositivos dentro de la exposición, como él quería, una exposición en realidad por cada sala, y montaremos las salas como él las montó en su día», explica García. La exposición «Richard Hamilton» estará abierta al público hasta el 26 de mayo en la Tate Modern de Londres y se inaugurará en el Reina Sofía en Madrid el 25 de junio.