Arco calienta motores
'Strippers', 'picassos' millonarios, coleccionistas extranjeros y cierto optimismo marcan el arranque de la feria.
Arco se parece a aquella melancólica película de Lawrence Kasdan, Reencuentro, en la que un grupo de viejos amigos se volvían a ver después del tiempo, salvo porque por la megafonía de los pabellones 7 y 9 de Ifema no suenan, ay, los viejos éxitos de la Motown. El holaquétal continuo, el aversinosvemosmás permanente, el primer paseo para comprobar de dónde cayó cada estand y los sospechosos habituales: Alex Katz (Javier López), Eduardo Arroyo (Álvaro Alcázar), Marcel Dzama (Helga de Alvear), Dora García (Juana de Aizpuru) Antonio Saura (Tyler Naheem Fine Art), Julian Opie (Mario Sequeira), Ai Weiwei (Ivorypress), Alfredo Jaar (Oliva Arauna)... Los nombres propios y las prácticas acostumbradas esperan otro año más a los asistentes a la gran cita madrileña con el arte contemporáneo, que se abre el miércoles a coleccionistas y profesionales, quedará inaugurada el jueves por los Príncipes de Asturias y será visitada por el público general hasta el domingo.
La sensación de familiaridad era el martes inevitable, mientras los galeristas (los más aplicados, con sus estands en perfecto estado de revista, y los más rezagados, taladro en mano) daban los últimos retoques a sus espacios. Es cierto que hay novedades, como el diseño general de los pabellones de Andrés Jaque, que ha humanizado las zonas comunes y racionalizado el recorrido, en lo que en una primera toma de contacto se antoja como uno de los hallazgos de esta 33ª edición. También está el empeño del equipo del director, Carlos Urroz, que ha seleccionado 218 galerías de 23 países, porque esa, la vía foránea, parece ser la única manera de salvar todo esto.
“Los latinoamericanos vienen aquí a verse con los europeos; y los europeos buscan un lugar de contacto con América”, explicaba Urroz con orgullo en un paseo entre los estands en busca de una de las piezas estrella (piezones, en la jerga del sector): un exquisito ejemplo de los célebres pabellones transparentes del artista estadounidense Dan Graham. Se titula Tunnel of love y está en la galería danesa Nicolai Wallner. “Hemos reservado 290 habitaciones de hotel a coleccionistas de todo el mundo y vienen 150 directores de museos y compradores profesionales de arte y 40 periodistas de fuera”, añadía el director. En total, unos 500 participantes foráneos en una cuenta que asciende para la feria “a unos 900.000 euros”. Es decir, a 1.800 euros por barba, compren o no, obviamente.
“Ese programa es una de las razones por las que podemos encarar esta edición con optimismo”, aclaraba el galerista Álvaro Alcázar. “La gente tiene ganas de que la crisis sea una cosa del pasado”, añadía Juana de Aizpuru, mientras algunos artistas -Soledad Sevilla (Maserre) o Daniel G. Andújar e Iván Candeo (Casa Sin Fin)- supervisaban la colocación de sus obras, daban la primera vuelta de reconocimiento representantes institucionales como Manuel Borja-Villel, director del Reina, y Miguel Von Haffe, del Centro Galego de Arte Contemporáneo, y se producían las primeras ventas a feria cerrada. Como un cuadro del joven Santiago Giralda, en Moisés Pérez de Albéniz, por 8.000 euros.
Obviamente, no todo será tan fácil de colocar. Por ejemplo, ese Compotier, Bouteille et verre (1922), de Pablo Picasso, que cuesta en Leandro Navarro 1.250.000 euros. Es una de las piezas más caras de una feria en la que Finlandia es país invitado y la pintura gana por goleada al resto de las disciplinas (incluso en forma de atentado, como en el manchurrón que Lino Lago aplica a Las meninas, 14.000 euros), aunque también haya performances, como la de Yann Leto en la murciana T 20. Titulada Congress Topless, presenta tras una cortina una barra de strip-tease en la que dos señoritas harán lo propio para criticar la dinámica parlamentaria española. Será, con toda probabilidad una de las anécdotas más repetidas en Arco.