La primera catedral inteligente
El templo gótico de Palencia estrena un sistema con 130 sensores que alertan de deterioros.
Un pequeño ejército se ha desplegado dentro de la catedral de Palencia. Distribuidos estratégicamente entre sus esquinas, en la cubierta, en grietas, detrás del retablo mayor, en las capillas, el archivo, la cripta… son unos 130 dispositivos inalámbricos, de color negro, la mayoría del tamaño de una cajetilla de tabaco y que no son percibidos por los pocos grupos de visitantes del templo en una mañana ventosa fuera y fría dentro.
Estos aparatos encierran sensores que vigilan la temperatura del interior, las humedades y si las fisuras en los muros aumentan de grosor en un edificio que dentro de siete años cumplirá siete siglos. Son guardianes programados para alertar también si se iniciara un incendio o si los xilófagos se dieran un festín con la dura madera de las imágenes que adornan la seo. San Antolín, impresionante templo gótico del siglo XIV, que se finalizó en 1516 y es conocido popularmente como "la bella desconocida", aspira a convertirse, "gracias a este sistema de monitorización que registra y controla parámetros en la primera catedral inteligente de España, y en Europa no hay ninguna así", señalan desde la Fundación Santa María la Real, entidad afincada en la localidad palentina de Aguilar de Campoo y que desde hace casi cuatro décadas estudia y restaura el patrimonio cultural, sobre todo románico.
El director general de la fundación, Juan Carlos Prieto, explica que este proyecto, financiado por la Unión Europea, comenzó en verano. Cuando se acabe en unos días, el compromiso con la UE es repetir la experiencia en el Museo Vasco y de la Historia de Bayona, en Francia, y en la pequeña iglesia de Roriz (Portugal). En España, el próximo objetivo será instalar en unos meses este sistema en el monasterio de Yuso, en San Millán de la Cogolla (La Rioja).
En la fundación (que organizó el viaje para este reportaje) ya tenían experiencia en la restauración y vigilancia de un centenar de pequeñas iglesias románicas pero ahora se trataba de una gran catedral, de unos 130 metros de longitud, "compleja, con mucha piedra, retablos, pinturas, problemas de calefacción…".
"Cómo late el edificio".
Unas 30 personas se han encargado de prepararlo todo para "saber cómo late el edificio", con un coste que ronda los 60.000 euros. Los sensores se comunican con un ordenador en la sacristía, que a su vez transmite la información a un servidor en Aguilar de Campoo. "No solo envían datos, también los interpretan, así que en el momento en el que detectan que algún nivel se ha superado, lanzan una alerta y actuamos lo más rápido posible". Prieto aboga por seguir un viejo refrán: Más vale prevenir que curar y subraya que, hasta hace poco, la mentalidad en la conservación del patrimonio era al revés: "Actuar a posteriori, cuando el mal estaba hecho. Eso suponía un gran gasto ya que si no se vigilaba lo restaurado, volvía a estropearse. El patrimonio no puede ser una carga, tiene que ser motor de desarrollo".
En San Antolín, "los mayores daños están en su lado norte, donde más sopla el viento y golpea la lluvia", dice sentado en un banco el deán, Mateo Aparicio. "Sin embargo, esta catedral ha estado siempre bien cuidada". Incluso tuvo suerte en la invasión napoleónica. "Al general que comandaba las tropas le gustaba contemplar las capillas del ábside, así que respetó el templo". Don Mateo, como le llaman los feligreses, está encantado. Un entusiasmo que no siempre ha encontrado la fundación en los eclesiásticos, algunos se han mostrado recelosos con los encargados de dar lustre a la piedra. Sobre el efecto llamada que pueda tener una catedral smart, don Mateo avisa: "La tentación es convertir una iglesia en objeto de turismo. Está bien que venga gente pero nosotros queremos hacer santos, no turistas. Es un lugar sagrado y como mejor se conserva es dedicándolo a ello".
Mientras, cuatro turistas contemplan una de las joyas de la catedral, el retablo renacentista de la capilla mayor, con tablas de Juan de Flandes, pintor flamenco que murió en Palencia en 1519, e imágenes del maestro francés Felipe Vigarny y de Gregorio Fernández. Detrás hay un sensor para xilófagos que localiza los insectos poniéndoles un cebo, una madera blandita, apetitosa. "Cuando el bicho va por ella, lo detecta y nos avisa. Los xilófagos son muy dañinos porque hacen túneles. Nos hemos encontrado en otros lugares retablos de los que solo quedaba la pintura porque detrás se lo habían comido todo", afirma Prieto.
Entre los trabajos acometidos más llamativos sobresale la instalación de un fisurómetro en una grieta que recorre uno de los triforios en lo alto de la nave central y que obligó a un operario a descolgarse desde la galería superior para instalarlo. "Queremos comprobar si esa grieta va a más y determinar de dónde viene".
Menos visible pero más vigilado está el archivo, con medio centenar de sensores contra agua o fuego que preservan cantorales, documentos como la carta de fundación de una abadía, del año 932, y los libros que cuentan cómo se levantó la catedral y los contratos con los artistas encargados de embellecerla. "Como el compromiso con Vigarny para que él tallara los rostros y manos de las imágenes del retablo, nada de dejárselo a discípulos". Cuando el deán calla, una mujer se aproxima a la capilla del Sagrario y le pega un tirón de la coleta a la imagen de una doncella símbolo de la fidelidad. Que no se alteren los sensores. Se trata de una tradición entre los palentinos para pedir que se cumplan sus deseos.