De arte repulsivo a extraña belleza
La National Gallery inaugura una exposición dedicada al Renacimiento alemán, despreciado por la institución a lo largo de su historia.
La percepción de la belleza, o la apreciación de una obra como verdadero arte, puede modificarse radicalmente a lo largo del tiempo a tenor del contexto, los gustos de cada tiempo y a veces también los prejuicios. Un retrato del autor germano Matthias Grünewald, calificado de “repulsivo” por uno de los más influyentes directores de la National Gallery en el siglo XIX, es hoy una de las piezas destacadas en la exposición dedicada al Renacimiento alemán que este museo londinense acaba de inaugurar. El mismo personaje, sir Charles Eastlake, rechazó en su momento la compra de una pintura de Lucas Cranach el Viejo —otro de los protagonistas de la muestra—, afirmando simplemente: “No me gusta”. Y nadie puso el grito en el cielo.
Belleza extraña: maestros del Renacimiento alemán, que la pinacoteca de Trafalgar Square exhibe hasta el 11 de mayo, plantea una reflexión sobre nuestras percepciones en un mundo cambiante a través del recorrido por una treintena de pinturas, dibujos y grabados de esos artistas y de otros del renombre de Alberto Durero o Hans Holbein. Obras como el dibujo de Grünewald Anciana con las manos entrelazadas, la famosa miniatura que Holbein dedicó a Anne de Cleves, el Retrato de una joven con rosario de Hans Baldung Grien o los exquisitos dibujos y grabados del mismo Holbein, de Durero y Altdorfer se enmarcan en un despertar cultural y artístico extendido por el norte de Europa en los siglos XV y XVI, cuyos representantes de las tierras de habla alemana disfrutaron de un reconocimiento que con el tiempo se fue apagando.
Cuando la National Gallery, uno de los grandes museos europeos, fue fundada en 1824 no había trabajos de artistas alemanes en su colección. Con el paso de los años, siguieron siendo marginales. En aquel siglo y buena parte del siguiente el Renacimiento alemán merecía cuando menos una recepción ambivalente: algunos admiraban la maestría técnica de aquellos trabajos y la encarnación de una identidad alemana distintiva, pero el sentir general percibía esas obras como excesivas e incluso feas, especialmente cuando se las comparaba con las de los renacentistas italianos. En los tiempos modernos, los dibujos y sobre todo los grabados de aquellos autores —en su momento admirados y copiados en toda Europa por su línea caligráfica y las nuevas técnicas desarrolladas— gozaron de mayor aceptación que sus pinturas. Pero persistía una resistencia a todo lo alemán en el subconsciente colectivo, que siguió alimentada por las dos guerras que desangraron Europa.
Los artífices de Belleza extraña subrayan que sólo en los últimos 50 años la National Gallery ha hecho esfuerzos para representar el arte germano en toda su gama. El intento de presentar ahora una panorámica de los renacentistas alemanes ha requerido préstamos de otras colecciones nacionales como las del Museo Británico, el Ashmolean de la Universidad de Oxford y el Victoria & Albert. La mayoría de las piezas de la exposición que pertenecen a los fondos de la propia National Gallery —pinturas religiosas, retratos y miniaturas— proceden de tres colecciones privadas cuya adquisición por el Estado hace siglo y medio fue calificada de “espantosa” y “la peor nunca” realizada desde el Parlamento. La compra en 1890 del cuadro Los embajadores firmado por Hans Holbein, el pintor alemán que inmortalizara la corte de los Tudor, suscitó sin embargo una buena acogida y cimentó su reputación como una gran artista que trascendía las fronteras nacionales.
Belleza Extraña propone una experiencia interactiva invitando al público a comentar sus reacciones ante el despliegue de obras como el Cristo abandonado a su madre, de Albrecht Altdorfer, el Retrato de un hombre que realizó Hans Baldung Grien o el San Jerónimo de Durero. Una iniciativa que pretende analizar hasta qué punto cambian los juicios sobre una obra, sobre el arte y la belleza.