Deidades oscuras, cabezas con cuernos... Lo más experimental y visceral de Paul Gauguin
El posimpresionista plasmó en muchas de sus obras las tradiciones y leyendas de la Polinesia Francesa, donde pasó los últimos 12 años de vida. Una muestra reúne grabados, dibujos y esculturas —previos o posteriores a algunas de sus piezas más famosas— en los que representa a estos dioses y espíritus.
"Soy un salvaje y los civilizados lo notan desde el principio", escribía Paul Gauguin (1875-1926) poco antes de morir. Representó en varias ocasiones a Oviri, diosa tahitiana de la muerte y del luto, con la que se identificaba. La esculpió varias veces en piedra y luego hizo grabados con su imagen, representándola como una mujer de pelo claro y largo, cabeza y ojos grandes y con dos fieras a sus pies: la imagen volvía a él una y otra vez. Una reproducción de la deidad incluso terminó siendo su monumento funerario.
Las tradiciones y leyendas de la Polinesia Francesa alimentaban el universo artístico de Gauguin, el genial autor que creó su obra más representativa oscilando entre el impresionismo y el posimpresionismo, renegando de las culturas occidentales y exiliándose voluntariamente al Pacífico Sur en busca de la autenticidad.
Su proceso creativo solía incluir repeticiones y varias combinaciones de motivos a los que daba vueltas permitiendo que evolucionaran y se metamorfosearan de un medio a otro. El dios tahitiano que había representado en una vasija luego protagonizaba un primitivo y sugerente grabado; una siniestra cabeza con cuernos volvía a aparecer en dibujos y óleos.
Tahití y las Islas Marquesas.
Centrada en la relación que tuvieron modestas obras a menudo minimizadas —transfers, grabados, dibujos... — con las esculturas de madera y cerámica y las célebres pinturas del artista, la exposición Gauguin: Metamorphoses (Gauguin: Metamorfósis) reúne unos 160 trabajos. La muestra, que revela la importancia de estas creaciones más experimentales y viscerales, se inaugura el 8 de marzo en el MoMA de Nueva York y se podrá visitar hasta el 8 de junio.
Los grabados, una técnica que permite multiplicar imágenes con pequeñas modificaciones, fueron de gran utilidad para el autor, enamorado de las marcas accidentales y de los colores y las texturas con matices. Con las imperfecciones envolvía cada pieza en un halo de misterio, iniciaba al espectador en la mitología y las leyendas de Tahití y las Islas Marquesas, donde pasó los últimos 12 años de su vida.
La presencia maligna acechando a la mujer.
Para resaltar la relación entre trabajos realizados en diferentes medios, la muestra está organizada poniendo más atención a la agrupación de las obras que a un estricto orden cronológico. Entre estos grupos hay una serie de 10 decisivas xilografías que representan escenas tahitianas a las que Gauguin llamó La Suite Noa Noa (1893-94). Muchas de estas obras están directamente relacionadas con su célebre escultura de cerámica Oviri (1894) y con famosas pinturas como Bajo el Pandanus (1891) y Mata Mua (Érase una vez) (1892), esta última de la colección Carmen Thyssen-Bornemisza.
Obsesionado con la idea de un personaje femenino tahitiano acechado por una presencia oscura y sobrenatural, el francés reflejó el miedo tradicional de los nativos del país hacia los tupapau o espíritus de la muerte en pinturas tan conocidas como Manao Tupapau (El espíritu de los muertos vela) (1892) y la exposición revela que hubo una continuidad en la representación de estas misteriosas fuerzas en trabajos como Cabeza con cuernos (1895-97) y en varios dibujos titulados Mujer tahitiana con un espíritu maligno.