Picasso en su laboratorio
La Fundación Mapfre acoge una exposición en la que poder rastrear el universo del genio malagueño a través de los estudios donde forjó su obra.
Cuando Pablo Picasso (Málaga, 1881-Mougins, Francia, 1973) pintó su Autorretrato con paleta (1906), todavía no había cumplido los 30 años, pero ya era uno de los nombres más prometedores de la pintura europea. Influida por el arte primitivo, esta obra limpia y enigmática refleja el rostro de un artista sumergido en un periodo de experimentación destinado a cambiar para siempre el arte occidental. Sin duda, es muy diferente a Hombre en el taburete (1969), pintado cuando Picasso ya tenía a sus espaldas una trayectoria de siete décadas y el título de artista más influyente del siglo XX.
Parte de ese recorrido se condensa en la exposición Picasso. En el taller. Los 80 lienzos y 60 dibujos y grabados reunidos ofrecen una ruta muy peculiar por la producción de un artista que durante su vida produjo más de 20.000 creaciones en diferentes soportes. En este caso, el hilo conductor lo marca la importancia del taller entendido en sentido literal, pero también como espacio simbólico.
No es casual que la muestra se abra con una espléndida selección de pinturas cubistas creadas alrededor de 1919, fecha a la que pertenece, por ejemplo, Velador delante de un balcón (1919). Tampoco podía quedar fuera de la selección un género tan característico (y tan español) como la naturaleza muerta, que Picasso actualizó mediante composiciones tan estimulantes como Naturaleza muerta con busto (1925).
El regreso al clasicismo que presenta esta pieza coincidió con un renovado interés hacia la figura humana. En esas mismas fechas, su primer encuentro con Marie Thérèse Walter se refleja en obras protagonizadas por voluptuosas figuras femeninas que serán una constante en su trabajo en las décadas siguientes.
A menudo, Picasso las representó bajo el paraguas temático de la relación entre el artista y la modelo. Precisamente, éste es el tema principal de la Suite Vollard (1930-1937), una colección de aguafuertes con importancia capital en la trayectoria del malagueño. En estas imágenes de marcado tono neoclásico Picasso recreó diversas escenas con artistas -pintores, escultores- y modelos. Esta idea sería protagonista dos décadas después de la Suite Verve (1954), una colección de dibujos donde el artista heroico y apolíneo de la Suite Vollard se transforma en un anciano que renuncia a seducir a la modelo para limitarse a contemplarla.
El paso del tiempo es, en ese sentido, uno de los ejes que vertebran la exposición. Puede apreciarse en la evolución física del artista en sus autorretratos, pero también en sus sucesivos cambios de taller. Con el paso de las décadas, sus estudios bohemios en el viejo París darán paso a talleres más espaciosos y, a partir de 1955, a La Californie, una suntuosa mansión en la Costa Azul. En ella, la vida familiar se desarrollaba entre caballetes, esculturas y lienzos, tal y como reflejan varias pinturas y también las fotografías de la época.
Hay mucho más Picasso en esta exposición, y a veces es enormemente familiar: cabezas de toro que recuerdan el Guernica, cerámicas, cromatismo mediterráneo, retratos familiares y homenajes a Velázquez. La producción de Picasso es tan extensa que a menudo resulta inabarcable. Por eso, exposiciones como ésta son un modo excelente de aproximarse a ella y dejarse seducir por la inconfundible emoción estética que producen las obras del artista español más importante del siglo XX. Y eso es algo que nunca está de más.