Modernismo en el jardín
Christian Dior, Céline y Givenchy se vuelcan en la renovación durante la semana de los desfiles parisienses.
En un futuro los expertos se remitirán a la temporada de otoño 2015 —momento pivotal entre dos lustros— haciendo uso de un término acuñado a fines del siglo XIX. No por la silueta ni por las texturas, pero sí por una sensibilidad estética crucial a la hora de comprender esta semana de desfiles en París. ¿El término? Modernismo.
Indudablemente esta corriente de pensamiento alimenta, explica y articula las colecciones parisienses para la temporada venidera. El primer ejemplo es el del diseñador belga Raf Simons y su labor para Dior. En los jardines del museo Rodin presentó una propuesta fundamental para dilucidar el espíritu de la moda de nuestros tiempos. Dentro de una caja construida de modo efímero para el desfile, Simons puso en acción una visión futurista a la vez que actual. Al ritmo de música tecno, bajo luces más propias de una rave que del contexto aburguesado de una maison y en un ambiente notablemente clínico, el creador presentó una colección depurada y cerebral.
Lejos del traje bar acuñado por Christian Dior en 1948, Simons enfocó su perspectiva en esa estética modernista que siempre le identificó. Los abrigos de cashmere brillaron por sus líneas holgadas y casi masculinas. Los trajes de chaqueta y pantalón se destacaron por la ausencia de decoraciones innecesarias. Los vestidos fueron novedosos por su superposición con camisetas. La cuota de modernismo se aseguró en las combinaciones de colores —refrescantes y deseables—, por el detalle de lazos derivados de zapatillas deportivas que asomaron ligeramente de los costados de las prendas y por los tacones superpuestos: prácticamente la única concesión a la necesidad caprichosa de la moda. La ausencia de detalles sin función. El énfasis en la viabilidad dentro de un armario corporativo. La justificación intelectual del diseño. He aquí lo que hace de Raf Simons y su trabajo para Dior un referente imprescindible para que esta nueva temporada cobre sentido.
El segundo ejemplo de esta renovación viene de la mano de la diseñadora Phoebe Philo y su propuesta para Céline. En un club de tenis, Philo mandó construir un habitáculo racionalista. Tablones de madera negra a modo de asientos. Listones de parquet sin acabar a modo de pasarela. Un cielorraso de cristal blanco. Y enormes macetas con helechos tropicales como única decoración. Una exquisita construcción para una colección que merece un 10 perfecto.
El desfile, que arrancó con una serie de abrigos severamente entallados en la parte de arriba y libremente desestructurados en la parte de abajo por gracia de paneles entrelazados, dejó claras las intenciones de Philo. Liberar a la mujer de arbitrariedades y equiparla para la acción. Los pantalones variaron desde una vertiente masculina con cinturas elevadas y rígidas hasta una variación acampanada en canalé de lana para máxima flexibilidad (cuya versión a precios mini llegará, sin duda alguna, muy rápidamente a la principal cadena de moda masiva española). La paleta cromática de Céline fue fiel a los principios fundacionales del modernismo: del negro y el chocolate a los tonos grisáceos, todos colores que no presentan desafío alguno a la hora de construir un look. Y los zapatos confirmaron el espíritu progresista de la creadora inglesa —plataformas de charol negro y suelas de Doc Martens, sin un solo tacón de aguja a la vista, para la consumidora consciente del valor del confort—.
El tercer ejemplo que sostiene la presente tesis viene, inesperadamente, por gracia del diseñador italiano Riccardo Tisci para Givenchy. A pesar de su sensibilidad gótica (y a pesar de una bellísima serie de estampados inspirados en la breve vida de la mariposa), Tisci no evitó sumarse a esta nueva premisa filosófica. Sí, es cierto que brillaron vestidos muy cercanos al espíritu hiperfemenino de Yves Saint Laurent. Sí, es verdad que los abrigos de piel hablaron más del capricho que de la función. Y, sí, la pasarela de piel y los asientos barrocos construyeron un ambiente de rica decadencia. Pero, en esencia, la colección de Givenchy fue ponible y viable. Bandas en tonos pastel desplegadas horizontalmente a lo largo de la espalda. Detalles de PVC transparente. Grafismo en las asociaciones cromáticas y sutiles detalles decorativos. Una inteligente y lúcida propuesta para justificar el disfrute en la segunda mitad de nuestra década.