El tesoro del naviero-coleccionista
La Colección Burrell, un ‘mini-British Museum’ de 9.000 piezas desde la antigüedad hasta los impresionistas, sale de gira por el mundo en medio de una gran polémica.
La escena de una Judith victoriosa tras haber seccionado con su espada la cabeza de Holofernes nos abre a un despliegue de obras maestras, como este mismo lienzo ejecutado por Lucas Cranach el Viejo en 1530, o la virgen renacentista de Bellini que sostiene al niño, un autorretrato del joven Rembrandt, el dilatado repertorio de pasteles de Degas, las estampas impresionistas de Manet y Renoir… Ese compendio de cinco siglos de historia de la pintura se exhibe en una exposición recién estrenada por la Burrell Collection de Glasgow a modo de botón de muestra de las joyas que encierran sus fondos, casi 9.000 piezas del arte de todos los tiempos atesoradas por la pasión de un solo hombre. El empresario naviero William Burrell (1861- 1958) acabó donando a su ciudad el fruto del esfuerzo de toda una vida, y solo puso para ello dos condiciones: que las obras fueran alojadas al menos a 16 millas de distancia de la polucionada urbe y que nunca traspasaran el contorno costero de las islas británicas para evitar que el transporte marítimo las dañara. La primera solo se cumplió a medias, con una sede ubicada en las mismas afueras de la ciudad aunque rodeada del paraje natural de un parque. La segunda está a punto de romperse, porque la Colección Burrell se dispone a salir al mundo gracias a una ley aprobada este año por el Parlamento escocés.
“Queremos liberar la historia todavía no contada de la Colección Burrell como una insignia cultural de Glasgow y de Escocia. Ha llegado el momento de permitir que sea apreciada por una audiencia mucho más amplia”, ha subrayado Angus Grossart, presidente del organismo encargado de su gestión (Burrell Renaissance), sobre un legado cuyos trabajos del Gótico tardío y del primer Renacimiento en el norte de Europa, sus tapices flamencos, vitrales o mobiliario antiguo, ha sido equiparado en cuanto a calidad y diversidad con el de grandes museos como el Victoria & Albert de Londres. La nueva legislación, promovida por el gobierno del independentista SNP (Partido Nacional Escocés), con un apoyo político mayoritario aunque contestada desde un sector del conservacionismo artístico, dará alas a la gira internacional de parte de la colección y al préstamo de algunas de sus piezas a una nutrida nómina de pretendientes.
Entre ellos, algunos museos asiáticos interesados en su sección de arte oriental, donde destacan los jarrones de la dinastía imperial china Ming. La colección Burrell incluye también relieves asirios, muestras del antiguo Egipto, de la Grecia clásica y de Roma. “Es como una especie de mini-Museo Británico”, resume la comisaria del apartado de civilizaciones islámicas, Noorah Al-Gailani.
Burrell también compraba arte de su tiempo, con especial predilección por los bodegones y, sobre todo, por los cuadros al carboncillo y el pastel de Edgar Degas. Su célebre composición El ensayo (1874) preside en este museo de Glasgow el principal acopio de cuadros del artista francés en todo el Reino Unido.
Tuvo desde siempre buen ojo para detectar la calidad. Escogía personalmente cada una de las piezas y sólo se decantaba por las que realmente se adaptaban a su gusto. Compró muchas obras de Manet, Renoir, Pissarro y Gauguin, aunque también erró en alguna ocasión, como cuando despreció la oferta de un van Gogh.
Fue en sus años de adolescente cuando empezó a interesarse por el arte y a tantear el coleccionismo. A los 15 años había abandonado los estudios para enrolarse en el negocio familiar, Burrell & Son, cuyas riendas tomaría más tarde junto a su hermano hasta convertirlo en una de las mayores firmas navieras del mundo. No tenía ningún apego romántico a la figura del naviero, y vendió y recompró su flota tantas veces como le sugirieron las cotizaciones del mercado. El negocio era un medio, y el arte, el verdadero fin en el que invirtió casi ocho décadas de su vida.
Burrell murió en 1958 a los 96 años. Una década antes ya había legado aquel desmesurado catálogo de obras al disfrute de sus conciudadanos de Glasgow, junto a una provisión de fondos para poner los cimientos de un futuro museo.
La sede no fue inaugurada en Pollok Park (cuatro millas al sur de la ciudad) hasta 1983, en un edificio neomodernista del estilo de los años 70 diseñado en madera y cristal, y en cuya entrada luce una versión en bronce de El pensador de Rodin rodeada de arbolitos. Tres décadas después, las instalaciones padecen serios problemas estructurales y un deterioro que en su día obligó a descolgar los valiosos tapices amenazados por las goteras. El proyecto de reforma, con un coste estimado de 45 millones de libras, forzará al cierre de sus puertas durante más de tres años a partir de 2016. “En lugar de almacenar las piezas, tenemos la oportunidad de mostrar en otros lugares una de las mejores colecciones individuales del mundo”, subrayan los responsables del museo.
El anuncio de la gira de la Colección Burrell coincide en el tiempo con la efervescencia política de una Escocia que el próximo septiembre decidirá si permanece como parte integrante del Reino Unido. En tierras escocesas, el debate no se ha centrado tanto en el contexto político como en el hecho de que la flamante legislación transgreda las disposiciones de William Burrell, avalando además el traslado de unas piezas valiosas y frágiles. La organización conservacionista Artwatch considera que se trata de un paso innecesario e inaceptable. Para sus artífices, se trata, en cambio, de “hacer justicia finalmente al logro de toda una vida”, encarnado en ese patrono victoriano que quiso abrir Escocia al mundo a través del arte.
Los destellos de un catálogo.
La Colección Burrell acaba de inaugurar una muestra consagrada a cinco siglos de pintura, De Bellini a Boudin, como carta de presentación del poderío de su extenso catálogo. Estas son algunas de las piezas exhibidas por el museo del sur de Glasgow.
Virgen y el Niño (entre 1485 y 1488), del maestro renacentista Giovanni Bellini.
Judith con la Cabeza de Holofernes (1530), de Lucas Cranach el Viejo.
Autorretrato, de Rembrandt, ejecutado en los años de juventud del artista.
Ensayo de Ballet (1874), de Edgar Degas.
Le Château de Médan (1880), con el que el postimpresionista Paul Cézanne ilustró sus visitas a la casa de Émile Zola a orillas del Sena. Los jarrones con rosas de Édouard Manet, el retrato de una mujer con el cabello castaño rojizo de Renoir o los crisantemos de Latour ilustran la predilección del coleccionista William Burrell por la pintura francesa del siglo XIX.
El jarrón Meiping (1368-98), solo una de las cuatro piezas en su especie que ha sobrevivido de las porcelanas de la dinastía Ming, destaca entre la colección de la Burrell procedente del Lejano Oriente. Sus muestras del arte de todos los tiempos abarcan desde una punta de lanza forjada en cuarzo (4.000-3500 antes de Cristo) hasta el cabezal de la cama que Enrique VIII compartió con Anne de Cleves, pasando por los relieves neoasirios del palacio de Niniveh, el arte del antiguo Egipto encarnado en la cabeza de Sekhmet o una de las mejores colecciones de tapices y vitrales de la época medieval.
Fuente El Pais (PATRICIA TUBELLA | Glasgow): El tesoro del naviero-coleccionista...