El poder sanador del arte
El filósofo Alain de Botton ofrece un recorrido terapéutico por el Rijksmuseum a través de 150 obras presentadas como una escuela para mejorar la vida.
Si del filósofo suizo-británico Alain de Botton dependiera, las visitas a los museos tendrían que prescribirse como un elixir por su poder sanador. Está seguro de que El arte es terapia,y así ha titulado su primera incursión en el mundo de los conservadores a instancias del Rijksmuseum, de Ámsterdam. Para que su fórmula haga efecto, hay que mirar lienzos y objetos guiados por una simple pregunta: ¿Qué puede hacer el arte por mí? Él cree que sirve de guía para soportar los grandes retos humanos, del amor a la muerte, y propone un original recorrido por 150 obras, entre la Edad media y el siglo XX, que forman una auténtica escuela de la vida.
A los 44 años, De Botton es uno de los pensadores más populares y mediáticos del momento, capaz de acercar una disciplina elitista como la filosofía a las masas. Sus fieles, compran sus libros atraídos por títulos con tanto gancho como La arquitectura de la felicidad, Religión para ateos o Miserias y esplendores del trabajo. Con su primera novela, Del amor, vendió dos millones de ejemplares a los 23 años. Sus detractores, por el contrario, le llaman “filósofo pop” y aseguran que le falta hondura. Que dice obviedades con un lenguaje pomposo. Una reputación puesta a prueba por el Rijksmuseum, que ha recibido tres millones de visitantes en el año transcurrido desde su renovación, y ha rendido sus salas y gabinetes al autor. En la empresa le acompaña el también filósofo John Armstrong.
Sin miedo a las críticas, lo primero que han hecho es calificar de “errónea” la distribución cronológica de (todas) las colecciones museísticas. “¿Por qué hay que repartir obras por siglos? Imagínense una estantería de libros en sus casas así dispuesta. Sería una estupidez”, dijo De Botton, durante la presentación del trayecto. Su versión del museo ideal es mucho más directa. Emotiva incluso. Sin cambiar de sitio los cuadros de la emblemática sala holandesa, por razones obvias, describen “enfermedades actuales” y proponen lienzos curativos. Así, para la insatisfacción derivada de una vida anónima y carente de glamour, ofrecen La calle (1658), de Johannes Vermeer. “Esta pintura de Delft es una de las más famosas del mundo, y muestra que lo ordinario y doméstico puede ser especial sin necesidad de grandes gestos. Es un mensaje de felicidad”.
Si la dolencia surge del rechazo que produce el consumismo, hay que mirar con otros ojos el bodegón Banquete, de Adriaen van Utrecht (1644). “El consumismo no tiene porqué ser necio”, asegura De Botton. “En el XVII, la vista de unos limones traídos de Nápoles en barcos que soportaban tormentas, de una langosta, y de tanta variedad de quesos, producía admiración hacia los logros humanos. Nuestro problema hoy es que tememos pasar por avariciosos y buscamos siempre el precio más bajo. En cambio, si toda la cadena que deja en nuestra mesa los alimentos estuviera bien pagada, las cosas serían más caras, pero el proceso más justo”.
Wim Pijbes, director del museo, admite que ha pasado momentos “de gran ansiedad”, ante una aventura favorecida por él mismo cuando invitó al dúo de filósofos a “mantener viva la colección”. Al ver entre los elegidos un avión F. K. 23 Bantam, un biplano de combate de la I Guerra Mundial, supo que iba por buen camino. Aquí no hay enfermedad que curar, sino el rechazo producido por la presencia de semejante artefacto en un centro artístico. “Las máquinas tienen mucho en común con el arte. En el avión todo funciona y está ensamblado con estética. Lo malo es negar cualquier finalidad al arte. Y deberíamos preguntarnos sin rubor para qué sirve”, añade De Botton.
Todos los pensamientos terapéuticos figuran impresos en hojas amarillas, similares al papel autoadhesivo (post-it). Una apuesta gráfica pegada junto a las cartelas tradicionales, con la fecha y autor de las obras. Abierta hasta el 7 de septiembre, el Rijksmuseum prefiere no llamar muestra a la empresa de sus filósofos de cabecera. Lo califica de “orientación”, como la ayuda prestada en las ciencias de la salud para llevar una vida productiva. Para terminar, el filósofo se permite casi una broma frente a La ronda de noche, de Rembrandt. “Ellos, los arcabuceros que guardan la ciudad, son el buen grupo. A nosotros, la muchedumbre que les mira, nos queda la soledad de nuestra falta de sentido de comunidad”, apunta, para sacudir el afán individualista de la sociedad contemporánea.
Fuente El País (ISABEL FERRER | Ámsterdam): El poder sanador del arte...