El Greco en carne y hueso
La última de las exposiciones que celebran el IV Centenario de la muerte del maestro cretense muestra su perfil más real y terrenal.
Aún queda mucho de enigma en la figura y la obra de El Greco, quizá el artista más explorado de los últimos años. El más bendecido de redenciones. El más dotado para la superchería académica y de la otra. En él se alternan claridades y penumbras que entusiasman, que desconciertan, que empujan. Soporta todas las teorías, pero una cosa está clara: no acepta las verdades tajantes. El Greco es uno de los creadores más plurales del Renacimiento español -en la parte de Renacimiento que cumplió por estas latitudes-, quizá el más incalculable. Y a la vez que su pintura se va descifrando, su biografía sigue acumulando repintes delirantes, 'falsos fondos' e hipótesis de saldo. Sobre todo, su vida de pintor.
Y ahí, pero con voluntad de revocar tanta filfa, es donde incide la última de las grandes exposiciones del Año Greco, centrada en los días del artista en su taller. ¿Cómo resolvía los encargos? ¿Cómo era el proceso de pintar junto a sus oficiales? ¿De qué modo se sobrepuso a la intemperie de tenerlo todo en contra? La muestra, 'El Greco: arte y oficio', abierta hasta el próximo mes de diciembre en el Museo de Santa Cruz de Toledo y de la que es comisaria Leticia Ruiz, no renuncia a los misterios. Aunque permite caminar por una nueva senda de lectura que ensancha la extraordinaria poética del pintor cretense a través de 92 piezas.
En 1577 le llegaron los primeros encargos españoles. Piezas de escaso interés. El Greco aún no tenía un nombre alto en el paisaje de la pintura. Le faltaban mecenas. Le faltaba visibilidad. Pero le sobraba confianza. Los retablos de la catedral y de Santo Domingo el Antiguo son sus primeros trabajos en la ciudad, por decisión de Luis de Castilla, hijo del deán de la catedral y que al contratarlo cambió el rumbo de su vida. Tardó algo menos de lo previsto en entregarlos y, con efecto inmediato, revelaron para la 'afición' los rasgos de su maestría. 'El Expolio', con casi tres metros de alto y realizado entre 1575 y 1577, desató el entusiasmo en sus clientes catedralicios y El Greco comenzó a tomar posición. En 1585 abrió taller estable, donde hace frente no sólo a sus ya afamados retablos sino a las consecuencias de este primer éxito necesario: la producción de pintura devocional para capillas, parroquias y nobles, que comenzaron a reclamarlo.
Ahí, exactamente en ese punto, es donde se abre paso la exposición articulada por Leticia Ruiz (responsable del departamento de Pintura Española del Renacimiento del Museo del Prado). Cómo Domenico Theotocopuli desarrolla, a la manera de los maestros italianos de los que aprendió antes de llegar a España, un sistema de trabajo en cadena. Su referente era Tiziano. El maestro de Venecia contaba con numerosos discípulos en su 'botegga'; algunos eran notables artistas. Tiziano, a diferencia de El Greco, fue el gran capo di scuola de su tiempo. "Nuestro, pintor, sin embargo, se tiene que adecuar a las medidas de una pequeña ciudad que no es la suya, aunque la diócesis de Toledo tuviese gran importancia. Lo que queda cada vez más claro, desde hace un siglo, es que este creador forma parte de esos grandes maestros de la pintura. Aquellos que no se agotan nunca", apunta la comisaria. "Es el Greco que he querido subrayar aquí. El más real. El que tuvo que hacerse el sitio en una época en la que resultaba difícil poder vivir del arte sin contar con un patrocinador, como fue el caso del rey para otros artistas". Tan sólo despachó una 'Anunciación' para la corte.
Aquella espiritualidad de su obra regía su vida. Habría sido insoportable. El Greco está representado aquí como lo que fue: un tipo con ribetes de genialidad al frente de un 'negocio' de producción de obra plástica. Un empresario de sí mismo que fundó en la pintura una nueva estética por la que hizo pasar el arte de su tiempo y donde se convirtió en una rareza, en una excepción, en un hallazgo fuera de horma.
El Greco adaptó a la modestia del entorno su talento abundante. Así pasó los últimos años de su vida, cuando alcanzó el punto máximo de efervescencia, las más altas cotas de su arte. "Los retablos le dieron fama, pero en verdad no realizó tantos. No sabemos cómo vivió, pero sí que lo hizo de un modo austero a juzgar por el inventario que su hijo, Jorge Manuel, realizó a la muerte del artista. Ahí figura un ajuar doméstico pobre, además de la referencia de las 140 piezas que quedaron sin rematar, lo que señala que el taller sí funcionaba", sostiene Leticia Ruiz.
Recrear la vida de Domenico Theotocopuli en el taller es como ir punteando íntimamente su genialidad, cómo plasmaba lo que era de su interés, cómo lo representaba y cómo planteaba sus extraordinarios cromatismos. La producción de obras creció a buen ritmo. El Greco intervenía de distinto modo en cada pieza. Realizaba las más comprometidas o aquellas en que se le había requerido dedicación (de mayor precio), como el retablo de Oballe. Y desarrollaba los prototipos de las escenas más solicitadas: las visiones de San Francisco, las Magdalenas y las Crucifixiones. Motivos que conformaban los 'grandes éxitos' del cretense.
La exposición, dividida en cuatro movimientos, incide también en la fastuosa versatilidad del artista. "Hay muy pocos autores que, como El Greco, pasan por cambios tan asombrosos en las distintas fases de su vida", apunta la responsable de la muestra recordando una idea del profesor José Álvarez Lopera. "Eso es algo que también he querido dejar claro aquí: su evolución es asombrosa y las interferencias entre el taller y el maestro en su madurez son muy significativas". Un taller donde todos los originales contaban con una réplica. Era el singular catálogo que El Greco hacía de su propio trabajo. "Esta táctica le permitía mostrar distintas posibilidades a los clientes, llevar un seguimiento de la producción y, a la vez, servían para guiar a los oficiales", sostiene Leticia Ruiz.
Muchas son las versiones que el cretense y los suyos hicieron de 'La Anunciación'. O de los 'Apostolados', que consta de ocho series. De ellas, la del Museo Casa Natal del artista en Toledo es la que conserva más huellas del maestro. Aquí, por vez primera, se reúnen dos: el del Museo de Oviedo y el de Almadrones (Guadalajara). El Greco reinventó estas representaciones en los 13 lienzos exentos que integran el conjunto, en imágenes de busto o medio cuerpo con Cristo siempre de frente y los 12 apóstoles de perfil, pensados para ser visualizados como grupo. "Es muy apreciable dónde interviene el artista y dónde los discípulos. Pero él atendía cada una de las piezas. Corregía, aprobaba, remataba", afirma la comisaria.
Sus etapas cretense, veneciana, romana y toledana se pueden recorrer a través de las obras expuestas. Es un viaje a compás del pintor, que fue perfeccionando la técnica y logró activar una construcción pictórica característica que se convirtió en una suerte de marca propia. Reconocida y reconocible.
En la obra del Greco hay reflejos sublimes. Y efectos. Y trucos. Y leyenda de malogrado. Y rumores de astigmatismo. Pero no hay otra verdad que la que deja su pintura. Que es su vida. Su extraña vida.
Fuente El Mundo (ANTONIO LUCAS): El Greco en carne y hueso...