La ropa interior entra en el museo [en el Victoria and Albert de Londres] para reflejar la historia del cuerpo
La exposición ‘Desvestidos’ del Victoria and Albert recorre cuatro siglos de vida privada a través de 200 piezas, entre corsés, miriñaques, bragas, corpiños o calzones
***En la imagen: corsé de 1890 expuesto en la exposición "Undressed: A Brief History of Underwear" (http://www.vam.ac.uk/exhibitions/undressed-a-brief-history-of-underwear).
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La sede londinense del Victoria & Albert ha decidido desvestirse y desvestirnos en una exposición consagrada a la historia de la ropa interior, a sus cambios e influencia en la industria de la moda y sobre todo a cómo las prendas más personales e íntimas del armario han venido reflejando diferentes percepciones del ideal del cuerpo a lo largo de las épocas.
Y para ilustrarlo, sus salas desplegarán a partir del próximo sábado una colección que abarca desde la aparatosa corsetería del siglo XVIII hasta los diseños para mujeres y hombres que exhiben los escaparates de hoy. En otras palabras, los calzoncillos o los sujetadores y bragas contemporáneos entran por primera vez en el museo.
Miriñaques armados con aros metálicos para dar vuelo a las faldas, corpiños que aflojan sus hechuras con el paso de las décadas y la relajación de las costumbres, sostenes de algodón cómodos y funcionales o calzoncillos concebidos para ser exhibidos en lugar de ocultarse bajo el pantalón integran el variado recorrido por los dos centenares de piezas que trazan la evolución en el diseño de la ropa interior. Porque la historia de estas prendas, argumentan los responsables de la muestra "Desvestidos" (Undressed), es también la de los cambios en las actitudes hacia el género, el sexo o el concepto de moralidad, unos cambios a los que este importante sector de la moda se ha ido adaptando de la mano de la innovación y los avances tecnológicos.
En los rígidos tiempos victorianos la obsesión por la figura femenina “reloj de arena” se traduce en un corsé cuya cintura mide tan sólo 48 centímetros, un constreñimiento que hoy se antojaría imposible cuando la media de las británicas está en los 71 centímetros.
Desde el año 1750 en que arranca la exposición, el cuerpo ha ido liberándose progresivamente de compresiones físicas y sociales, aunque no tanto si nos atenemos al uso que las sucesivas generaciones, tanto de mujeres como de hombres, han dispensado a la ropa interior para moldear la anatomía según la moda y el imaginario del momento.
En los años veinte del pasado siglo, el sujetador intenta disimular los pechos en consonancia con una estética más andrógina en la que se impone el radical corte de las melenas de las mujeres. Una década después, la misma pieza busca en cambio “separar y definir” los senos, mientras que en los cincuenta el propósito será realzar las “seductoras curvas femeninas”, al estilo Marilyn Monroe, aunque sea a base de rellenos.
Hace ya seis lustros, los canones que intentaban liberar a la mujer de estereotipos sexuales se toparon con el invento del Wonderbra, el “sujetador maravilloso” que realzaba y reivindicaba su poderío pectoral seguramente por encima de otros más interesantes, y que tiene su antecedente en una pieza de encaje datada en 1910 y exhibida ahora por el Victoria & Albert. Después vinieron las bragas diseñadas para “subir” las nalgas, que la pionera marca australiana aussieBum concibió para los consumidores masculinos, también subrayando con sus productos la prominencia de los atributos frontales y naturales del hombre.
Aquellas campañas publicitarias que desde principios del siglo XXI apuntaban directamente al potencial consumidor de la comunidad gay beben de otras promociones de antaño destinadas tanto a los hombres homosexuales —entre las que destaca la de la firma británica Dean Rogers en los setenta— como a los heterosexuales que se sonrojaban ante la mera mención pública de unos calzoncillos.
Mucho antes de que un maniquí, ataviado con una camiseta blanca y el slip subido más allá de la cintura, se desplegará en respetables establecimientos de los años cincuenta, el protagonista de una boda de 1842 encargaba a su sastre un corsé masculino para aguantar el tipo. Lo hizo amparado en la discreción y escondido del ojo público, una diferencia fundamental con los tiempos actuales, en los que la deliberada exposición de ese tipo de ropa se contradice con la etiqueta de “interior”.
Calvin Klein fue uno de los primeros que absorbió esa tendencia de exhibir el calzoncillo por encima del vaquero (atribuida a la comunidad afroamericana de EE UU como homenaje a los presos privados del cinturón que sujeta los pantalones), luego explotada hasta la saciedad por toda suerte de marcas que desde entonces nos han presentado los slips y los boxers con estampados atrevidos en los que fue pionero Paul Smith y que alentaron las firmas de celebridades como el ex futbolista David Beckham.
Lo que acaba revelando ese compendio de los últimos tres siglos y medio es que, al margen de los dictados de cada época, incluso aquellas piezas que han conseguido ganar en cuanto a funcionalidad y comodidad no pueden renegar en nuestro tiempo de una vocación de sensualidad. A las profesionales de hoy, por ejemplo, se nos cuenta que el sueño de nuestras parejas aparece embutido en la misma lencería que luce Kim Kardashian. Y otro tanto ocurre para los hombres, igualmente sexualizados en una era donde las piezas de lencería han acabado siendo objeto de museo.
Fuente : Pilar Tubella (El País, Londres, 14/04/2016): La ropa interior entra en el museo [en el Victoria and Albert de Londres] para reflejar la historia del cuerpo...