Industria Cultural. La búsqueda de la identidad
La Industria Cultural, con un peso económico contrastado, se enfrenta aún a la falta de reconocimiento social y político. La cascada de iniciativas europeas y nacionales derivadas de la estrategia Europa 2020 comienza a evidenciar la importancia de un sector clave para salir de la crisis económica actual
“La cultura es el principal activo de España. Da calidad de vida y es fundamental para formar ciudadanos libres”. Éstas eran algunas de las reflexiones pronunciadas por Andrés Amorós en el II Congreso de Industrias Culturales de Andalucía, celebrado recientemente en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Entre estos dos parámetros (enriquecimiento espiritual y económico) se mueve desde hace tiempo un debate muy interesante en torno a la cultura. Si nos centramos en la cuestión puramente pecuniaria, aún es difícil cuantificar sus cifras. Según La Cuenta satélite de la cultura en España, publicado el pasado año por el Ministerio de Cultura, el mundo de las industrias culturales supuso en 2008 un 3% del PIB de España (31.094 millones de euros), por encima de la Energía (2,6%) y la Agricultura (2,4%), con un crecimiento anual del 6% registrado entre los años 2000 y 2007.
Al mismo tiempo, los sectores culturales muestran niveles de productividad notablemente superiores a otros sectores productivos como el turismo o el comercio, que reciben mucha mayor atención. En cuanto a puestos de trabajo, en España la cultura genera 537.000 empleos (2,8%) y 102,945 empresas (3,1%). En el caso concreto de Andalucía, existen 68.400 personas ocupadas en el sector de las actividades culturales, con un nivel de autoempleo muy elevado (22% de Autónomos, según datos del Ministerio de Cultura publicados en 2009). La Escuela de Economía Social de CEPES-Andalucía afina esta cifra y sitúa a la comunidad andaluza en tercer lugar por número de empresas del sector cultural, con un 11,43% del total nacional, sólo superada por Madrid y Cataluña.
Enorme potencial sin explotar
En Europa, las industrias culturales y creativas suponen unos ingresos anuales de 654 millardos de euros, el 2,6% del PIB de la Unión Europea, generando el 3,1% del empleo total de la UE. Pese a estas cifras, existe aún un gran desconocimiento sobre el enorme potencial sin explotar existente en las industrias culturales y creativas, en cuanto a crecimiento y empleo. Infravalorada política y económicamente hasta hace relativamente poco tiempo por la propia Unión Europea, parece que la cultura comienzan a encontrar el apoyo necesario para convertirse en una nueva fuente impulsora de un crecimiento inteligente, sostenible e inclusivo y convertirse en el relevo de otras fuentes de riqueza manidas cuya aportación a la economía europea se ha ido reduciendo considerablemente de manera progresiva.
El primer paso ha sido la toma en consideración de la actividad cultural como una de las prioridades políticas de Europa, manifiesta no sólo en la Estrategia Europa 2020, sino sobre todo en la elaboración del Libro Verde de las Industrias Culturales y Creativas en abril de este año. Esta toma en consideración ha funcionado como una cascada en todos los Estados Miembros, incluidos España, que comienza a calificar a la cultura de sector estratégico y así ha quedado patente en la nueva Ley de Economía Sostenible. En Andalucía, también esta nueva posición ha llegado al marco político, no sólo en la estratégica Andalucía Sostenible, derivada de la antes mencionada, sino también entre las prioridades del propio Gobierno andaluz y de la Consejería de Cultura, que está alcanzando acuerdos específicos para el desarrollo de las industrias culturales andaluzas con otras Consejerías y con los propios agentes económicos y sociales andaluces, para generar un clima más propicio al desarrollo de esta actividad.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Los trabajadores del sector no dejan de reclamar apoyo de la Administración para subsanar unas carencias implícitas en el desarrollo de una actividad como es la cultural, donde una o dos personas tienen que hacer frente a labores tan diversas como la gestión empresarial, la comunicación y el marketing, la difusión patrimonial o la organización de eventos, sin tener formación específica en todas y cada una de estas esferas.
En este sentido, no sólo reclaman el reconocimiento del colectivo profesional, sino también la adecuación de las competencias a los perfiles profesionales, la ayuda para la formación complementaria, mejoras legislativas y otras cuestiones de primera necesidad, como se dejaron entrever en la III Conferencia Internacional Trabajadores Autónomos de la Cultura, organizada por la UPTA el pasado octubre, y hace pocos días en la Jornada de Difusión de las nuevas Herramientas Metodológicas para la Formación Profesional para el Empleo en gestión de empresas culturales, elaboradas por la Escuela de Economía Social, a encargo de la Consejería de Empleo de la Junta de Andalucía.
Y es que la industria cultural se ha construido sobre la base de su propia multidisciplinariedad, pero ha heredado al mismo tiempo las incertidumbres propias de una nueva forma de industria y una nueva forma de entender las relaciones culturales y laborales. Quizá estemos en el buen camino y estas particularidades se vean ahora más que nunca como una oportunidad y no como un problema.
DESPIECE: Libro Verde de las ICC
En abril de 2010 se alcanzaba en Bruselas el primer acuerdo sobre el Libro Verde de las Industrias Culturales y Creativas (ICC), bajo el subtítulo “Liberar el potencial de las industrias culturales y creativas”. Alcanzar este primer consenso ha sido la meta conseguida después de muchos años de negociación. El objetivo político final es la apertura de los fondos estructurales, destinados al apoyo al desarrollo local, a la inversión cultural. Y es que, a pesar de su importancia, las industrias culturales no habían existido hasta ahora para la política económica europea.
El Libro Verde ha tenido que partir de la definición e identificación de las ICC, para poder ligar su labor a la importancia del desarrollo de las economías locales de los países miembros. El objetivo no es otro que conseguir que se reconozca su importancia en el desarrollo económico de Europa y que, por ello, quienes desarrollan su labor en esta materia (personas o empresas) tengan acceso a las políticas económicas de la Unión Europea. Entre ellas, la financiación de actividades, la movilidad de los artistas y sus obras, la promoción de las ICC europeas en el exterior, el fomento de intercambio de buenas prácticas entre regiones y ciudades europeas, la mejora de la cualificación profesional de sus trabajadores, etc. En definitiva, la creación de entornos favorables para que esta fuente de ingresos y creación de empleo pueda desarrollarse e influir en la economía de la Unión Europea.
Si bien también tiene sus carencias, el Libro Verde plantea como elemento más interesante la transversalidad de todas las políticas en torno a la cultura y el refuerzo de sus vínculos con otras materias como la investigación, la educación o la administración. A lo largo del año 2011, el Libro Verde será analizado por las diferentes Comisiones del Parlamento Europeo, que emitirá su Dictamen final en torno al mes de abril. Posteriormente, el Consejo de la Unión Europea deberá confirmar el objetivo para el que se ha creado este documento: abrir los fondos estructurales a la cultura y mejorar el acceso de las ICC a la financiación europea. En caso de producirse, en 2012 se adoptarán las políticas definitivas en la materia y quizá la cultura deje de ser ese sector poco valorado por la Unión Europea y pase a ser uno de sus motores económicos.
Susana Muñoz Bolaños