El mono fotógrafo que sacudió las reglas del copyright
Las reglas se hacen para gobernar a la mayoría de los casos. Sin embargo, son las excepciones —esos ejemplos tan peculiares que se repiten con muy escasa frecuencia— los que nos obligan a cuestionar las normas actuales. Sin estos incidentes inusuales, rara vez nos obligaríamos a reflexionar y replantear lo que damos por hecho. Thomas Kuhn, célebre historiador de la ciencia, llamaba a estos acontecimientos “anomalías”, y argumentaba que la suma de éstas termina por derrumbar el paradigma actual para dar paso a uno nuevo.
Para nadie es novedad que la propiedad intelectual se encuentra ante un sinnúmero de estos casos. Día con día, el copyright recibe fuertes sacudidas por más y más ejemplos que demuestran que estamos ante un sistema obsoleto. A la mente me vienen situaciones como la pelea por la retribución de copias digitales en la industria musical o el naciente debate por las impresiones en 3D. En esta ocasión, es una situación fortuita la que nos hace pensar en la caducidad del modelo actual de copyright.
La historia comienza con Cindy, un mono (o mona, para exactos) que vive en el Parque Nacional de Indonesia. Durante una sesión de trabajo del fotógrafo David Slater, el primate robó la cámara (¿dónde he leído algo similar?). Al ver la luz del flash, se tomó sin querer varias fotografías del rostro, las cuales salieron con buena definición. Aquí es donde se pone peliagudo el asunto, pues la agencia de noticias Caters se adjudica los derechos de esas imágenes, pidiéndole a los sitios donde salen publicadas que las retiren por infracciones al copyright.
El argumento de Caters es que las fotografías fueron tomadas por la cámara de Slater, quien trabaja para la agencia. Por supuesto, la atribución es bastante cuestionable, sobre todo porque el mismo fotógrafo ha rehusado adjudicarse los derechos de la imagen, ya que sostiene que él no tomó esas capturas. Sin embargo, a Caters poco parece importarle lo endeble de su argumento, y ante el éxito de las imágenes, están tratando de sacarle el mayor provecho posible.
Si atenemos al pie lo que dice la regla, las fotografías serían propiedad de Cindy. Claro está que el mono no puede reclamarlas, así que hay que encontrar alguna salida. Si se las atribuimos al dueño del mono —¿el zoológico?— entonces estaríamos asumiendo que toda obra creada por un animal es de su amo. Si, por el contrario, se le da la razón a la agencia, estaríamos dándole todo el valor al instrumento (o en este caso, al dueño del instrumento) con el que se efectúa una obra.
Lo más lógico (y benéfico) sería simplemente dejar sin autoría comercial a las fotografías, pero a Caters le puede más la codicia que su sentido común. Las imágenes son producto de la fortuna, de una accidente curioso; tratar de explotarlas es abusivo. De hecho, la misma ley de Estados Unidos ampararía que fueran gratuitas, ya que las obras realizadas por azar sin intervención humana no son registrables. Entonces, ¿por qué la agencia se empecina en reclamarlas? Por ambición y nada más. Qué lamentable.
Vía: Cindy, la mona que podría causar una revolución en las leyes de autor