Damien Hirst renace de sus cenizas
La fecha del 15 de septiembre de 2008 es indisoluble del nombre de Damien Hirst y del mundo en crisis en el que nos ha tocado vivir. Entonces, el artista británico recabó 140 millones de euros en una subasta masiva de sus obras mientras uno de los gigantes bancarios de Wall Street hacía aguas. El colapso de Lehman Brothers inauguró el hundimiento de los mercados financieros y una era de crisis mundial en la que todavía estamos inmersos, pero la franquicia Hirst no solo ha logrado sobrevivir a la hecatombe. Si su cotización no se ha visto resentida desde entonces, porque el mercado del arte sigue aguantándose como valor seguro, la figura del pionero del britart volverá a ser omnipresente en el próximo año olímpico de Londres, con sendas retrospectivas a cargo de uno de los grandes museos públicos del país y de un potente conglomerado de galerías privadas.
Que la Tate Modern británica y el emporio fundado por el marchante estadounidense Larry Gagosian coincidan en su rendición al autor de los animalarios en formol dice mucho sobre la habilidad de Hirst para reciclarse. El museo de arte contemporáneo más visitado de la capital británica, y probablemente del mundo, ultima una vasta exposición dedicada al conjunto de su obra que garantiza, con su mero enunciado, audiencias masivas. La sede de la Tate en la orilla sur del Támesis exhibirá a partir del 4 de abril un amplio recorrido por la producción de Hirst desde que su rúbrica irrumpiera a finales de los ochenta de la mano de los comerciantes de arte Charles Saatchi y Jay Jopling.
El famoso tiburón o las vacas encerradas en acuarios desfilarán junto a las composiciones de mariposas, las vitrinas repletas de fármacos y, en primer lugar, la calavera incrustada en 8.601 diamantes que responde al título Por el amor de Dios. Aunque la exposición tiene su fecha de cierre el 9 de septiembre, esta última pieza, al tiempo fascinante y obscena, será exhibida en la Sala de Turbinas del museo solo durante dos meses y medio por cuestiones de seguridad y de agenda. Propiedad de un consorcio en el que participa el propio Hirst, el cráneo humano en platino y gemas está de gira perpetua desde su presentación en Reino Unido hace cuatro años.
Las 11 galerías que el empresario de arte posee en varios puntos del planeta se disponen a estrenar, el próximo 12 de enero y de forma simultánea, un despliegue de esos cuadros punteados que firma Hirst a modo de retrospectiva de un cuerpo de trabajo singular. Las dos sedes que el galerista posee en Londres concentrarán un tercio del conjunto de 300 obras, integradas básicamente por círculos. "Se trata de una exposición nutrida principalmente de préstamos, y la distribución de las piezas (en cada galería) ha obedecido a la proximidad con su origen", explica Millicent Wilner, responsable de los centros londinenses del grupo. Por mucho que la réplica de una red de puntos de tamaños uniformes suscite el tedio de cierta crítica, Wilner recuerda cómo ha merecido "el reconocimiento universal de los coleccionistas". Damien Hirst buscó en esa idea la negación de la facultad del artista ("como si una máquina gigante hubiera trazado los puntos"), pero con el tiempo transformó su génesis en una reflexión sobre la vida contemporánea a partir de esas imágenes circulares y recurrentes en el universo publicitario. No suele ejecutar los cuadros personalmente, para eso dispone de un esforzado equipo de colaboradores. Los puntos de colorines inundarán, con la entrada en el nuevo año, las galerías Gagosian de Londres, París, Roma, Atenas, Ginebra, Nueva York, Beverly Hills y la recién abierta en Hong Kong. Wilner no quiere aventurarse sobre su cotización actual, pero baste reseñar que uno de esos cuadros punteados que el artista suele titular con nombres de fármacos estimulantes (Arginine decarboxylase, de 1994) alcanzó el año pasado 1,4 millones de dólares en subasta. Las pinturas de la Gagosian que no obedezcan a préstamos serán, por supuesto, objeto de venta.
Pero el inédito experimento apunta más alto como fabulosa operación de promoción del rey del arte conceptual. Aquellos críticos británicos que consideran superado el impacto y novedad de la obra de Hirst suelen utilizar como metáfora la archifamosa obra del tiburón en formol: el escualo, por el que un coleccionista pagó 12 millones de dólares (9,2 millones de euros), acabó descomponiéndose.
Quienes admiran la obra de Hirst, o su capacidad para escribir nuevas reglas en el mercado del arte recuerdan sin embargo cómo este solucionó el entuerto simplemente cambiando el animal por otro en mejor estado. A sus 46 años, Damien Hirst sigue ocupando la escena central del arte contemporáneo, y la doble cita de 2012 en la Tate Modern y la red Gagosian no hará sino reforzar ese estatus.